Viajar (dentro de uno mismo), lo mejor: #GraciasMiguel

“La mayor y más emocionante expedición que podemos realizar es hacia dentro de uno mismo”, dicen que dijo Miguel alguna vez. ¿Cuál Miguel? Uno que conocían muy bien en España pero que sonaba muy poco en nuestro El Salvador. Este señor, periodista y explorador, cambió la vida de (al menos) unos diez mil jóvenes del mundo. Algunos somos salvadoreños. Pero aquí, más que hacer semblanza suya, queremos agradecer a estas personas que se cruzan de alguna manera en nuestra vida y la cambian, le dan un giro (in)esperado y quedamos para siempre agradecidos. Resulta que en los años noventa organizó por primera un viaje para conmemorar el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, y bajo una de sus premisas fundamentales lo que hizo fue reunir a varios cientos de jóvenes de España y Latinoamérica para que realmente fuera un viaje de redescubrimiento, de aprendizaje al confrontar lo que cada uno vivía cotidianamente con lo que se vive en situaciones mucho menos cotidianas de vivir en buses, con una mochila verde con un pájaro amarillo bordado.

Y es que estos viajes que fue organizando año por año variaba en los lugares que se visitaban, porque siempre buscaba la manera de conmemorar un descubrimiento, un acontecimiento histórico que valiera la pena rememorar en el lugar en que había ocurrido. De ser más o menos 400 jóvenes en sus primeros años, ya para los últimos años ha ido reduciéndose la cantidad de chicos que, afortunadamente, participan en ello. Su empeño logró que la UNESCO declarara este programa como De Interés Universal, y que los gobiernos nacionales y locales contribuyeran con lugares para dormir o comida para los viajeros. Y así, de Aventura pasó a ser Ruta Quetzal Argentaria, cuyo patrocinador era este banco que pasó a ser BBVA; así, de Ruta Quetzal BBVA ahora es solo la Ruta BBVA. Pero sus viajeros se comenzaron a llamar ruteros a sí mismos, o quetzales, para conmemorar también, desde el nombre de un ave mítica de nuestra región, ese reconocimiento a nuestras raíces indígenas, mestizas, cuyo patrimonio está en peligro de extinción.

Claro que para afirmar que este tal Miguel (De la Quadra-Salcedo) cambió la vida de tantos jóvenes habría que ir a ejemplos más concretos. En estos días en las redes sociales y en los periódicos en línea he visto pasar variados homenajes: dibujos, fotografías, artículos que describen quién ha sido él para nosotros, para esos jóvenes que gracias a él cruzamos el Atlántico por primera vez a descubrir a cientos de jóvenes de otros continentes, a ver a otros de nuestra edad, de nuestra estatura, con otro color de piel, con otra lengua materna, con las mismas ganas de nosotros de estudiar después sobre petróleo, insectos, mercadeo, periodismo o leyes. Fue poner un rostro concreto a países de los que quizás solo conocíamos el nombre o los colores de su bandera. Así que lo que he visto pasar es a muchos de estos rostros reflexionando o poniendo al común lo que él ha sido y lo que él será.

Ese viaje hacia dentro y hacia afuera de nosotros me consta, por ejemplo, que a una holandesa le enseñó tan bien lo que América es que tiene casi diez años ya de vivir en Costa Rica. Sé de una uruguaya a la que le presentó al amor de su vida, un argentino con el que ahora vive en España. Sé de un español que supo que valía la pena luchar por lo que uno más quiere: conocer otras culturas tan a fondo que llegan a ser parte de nuestra cotidianidad. Sé de algunos más que ahora viven sus vidas como si no hubieran pasado más de cincuenta días entre tiendas de campañas, aeróbicos en un barco, conferencias en auditorios donde no cabía ni media mochila más, caminatas en medio de la noche en una sierra o en medio de una isla desértica antes de cumplir veinte años y ahora educan a sus hijos, trabajan, buscan heredar una forma más justa de relacionarse con el medio ambiente y sonríen en medio de un día lleno de estrés o ideas que no siempre llegan a materializarse. Y porque sé que durante el viaje que él nos permitió aprendimos, sobre todo, sobre nosotros mismos. Conocimos muchos de nuestros límites: lo que queremos, lo que podemos hacer, lo que no queremos soportar… aunque a veces, con los años, lo hemos olvidado un poco.

Por eso, este fin de semana de recordarlo a él fue la mejor excusa para saber que la mejor herencia de alguien más en nuestra vida es qué tanto nos acerca a nosotros mismos, qué tanto nos empuja a viajar dentro de nosotros mismos. Como algunos grandes maestros lo han hecho, o algunas mamás, algunos papás, algunas personas cuyo alcance va mucho más allá de ellas mismas. Eso es universal. Esa habilidad de hacernos viajar sin pasaporte, de enfrentarnos a nosotros mismos al mismo tiempo que nos hacen conocer a quienes están a nuestro alrededor, no la tiene cualquiera, pero con ello nos regalan el mundo. Y él, a mis diecisiete, me enseñó a preguntarme, entre otras cosas, si soy águila, quetzal, torogoz… y al volver de ese viaje con casi trescientas personas más de mi misma edad, tenía ya claro que si quiero volar primero tengo que extender mis alas. Y ahora su último vuelo me lo ha recordado. #GraciasMiguel