Mis seis verdades para el 2017

Este rito de la vuelta de la Tierra alrededor del Sol que termina cada 31 de diciembre suele ser una buena excusa para hacer balance. Y si el escritor italiano Ítalo Calvino nos preparaba en 1985 seis valores que debíamos traernos a este milenio en la literatura (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, el arte de iniciar y el arte de acabar), yo me quiero llevar seis verdades a este nuevo año… aunque no inicie década, ni quinquenio, ni nada especial.

La primera es romper barreras. Todas las que se puedan. Sean las de edad, religión, nacionalidad, color de piel o ideología, romper alguna o varias de estas barreras con los amigos es de lo más enriquecedor. Que te enseñen de lo novedoso y lo disruptivo de la epoetry, mientras alguien más te permite participar de una manera de prepararse para iniciar un matrimonio (o de lo doloroso, largo y renovador que puede ser terminarlo), a la vez que alguien más te abre las puertas de su casa y arriesga sus comodidades para terminar compartiéndolas son las experiencias que te hacen moverte afuera de lo que ya era terreno conocido. Te vuelve a recordar la esencia más irrefutable: somos seres humanos con sueños, miedos, certezas, frustraciones, alegrías sinceras y tristezas insondables. Aquello que nos une es más fuerte que lo que nos separa, como dijo San Agustín.

La segunda es que la felicidad es el deseo de repetir, parafraseando a Milán Kundera. Ver ciertos paisajes o tomar un café con ciertas personas, o ciertas rutinas en el trabajo o en el estudio son parte de lo que nos ayuda a sobrellevar aquellos momentos más duros o más preocupantes. La idea de saber enfrentarse a ciertas situaciones laborales o familiares nos hace creer que ahora saldremos mejor librados, o al menos nos deja tener esa ilusión momentánea. Algunas personas en cambio han descubierto este año que lo que quieren repetir es la adrenalina de enfrentarse (una vez más) a lo desconocido. Son distintas maneras de repetir y de buscar esa felicidad.

Una tercera verdad que me quiero llevar es la de la ciudadanía digital. No solo esa que (en contextos sumamente específicos y no únicamente digitales) bota presidentes o primeros ministros, sino esa que trabaja en algunos tuits o en algunas publicaciones por apropiarse de un espacio (a veces geográfico) en donde cabe ese mundo mejor que sueñan, aunque no coincida con ningún trending topic. Esa que logra que en El Salvador pidamos que la justicia llegue también a estos casos en que se está comprobando que figuras públicas pagaron para tener sexo con niñas menores de edad, para que digamos en las redes y afuera de un juzgado que #SinClientesNoHayTrata

Una cuarta es que muchas mujeres aún luchan lo inimaginable para que nadie sepa nunca los tipos de violencia que sufren. Y que casi todas las mujeres luchamos por pequeñas reivindicaciones que la mayoría de hombres ni siquiera imagina: que tus jefes no quieran contratar a unas edecanes para que atraigan al público a un producto específico, o que tus colegas entiendan que las juntas directivas en las que de 12 personas solamente 2 son mujeres no siempre están reuniendo a las personas más capacitadas para estos cargos. También sabemos que el lenguaje inclusivo cansa (o que no siempre es gramaticalmente correcto), pero cada una de estas muestra una faceta necesaria de esa misma lucha.

La quinta es hacer las cosas de manera diferente. Innovar, romper más barreras. Joseph Schumpeter habla de que el sistema cambia a través de las innovaciones tecnológicas radicales. Entre ellas menciona la (re)creación de nuevos bienes de consumo nuevos mercados, nuevos métodos de producción o de transporte, o nueva fuente de oferta de materias primas. Creo que en El Salvador urge que nos reinventemos, que propongamos lo que no hemos visto antes en nuestras calles. Que haya más proyectos como el de Live, de Alfredo Atanacio Cáder, de alojamiento para estudiantes en el centro de San Salvador; o el Mercado Cuscatlán, impulsado por el Gobierno de San Salvador, que arropa a la Biblioteca Municipal. Esto es innovar. Y esto necesitamos con urgencia que se replique en algunos de los 262 municipios del país, para comenzar a mejorar nuestra calidad de vida.

Y finalmente, la sexta. Si el 2015 me había enseñado que la gente se iba y quienes nos quedábamos debíamos seguirnos reinventando, el 2016 me confirmó que cada persona que se va (y que de alguna –extraña- manera ha pasado por nuestra vida) se lleva algo de nosotros con su partida. Así sea mi deseo de tener el pelo en esas largas trenzas hechas ovillo alrededor de mis orejas para interpretar a la princesa de esa saga de películas que vi una y otra y otra vez en mi infancia, como mi deseo de hacer ejercicios espirituales bajo la guía de ese hombre sereno que me bendijo cada noche durante los cinco meses en que tuve el lujo de convivir con él. Y el 2016 me enseñó que soltando los afanes egoístas de que la gente no se vaya, y que agradeciendo y deseándoles buen viaje, yo podía seguir mi propio camino más liviana de equipaje. Y que así puedo seguir andando, con una mirada agradecida cada mañana de que el milagro de la vida siga siéndome otorgado, y procurando hacer planes a futuro sin descuidar lo que se me regala a cada hora: un cielo plagado de estrellas, un sol que quema, un diente de león que nace por primera vez donde no había existido antes, la primera videollamada con mi sobrino (o la primera vez que yo le hablo mientras él solamente me ve y se sonríe), la primera felicitación por la investigación que estoy haciendo ahora, las entrevistas que salieron en el momento justo para esa investigación o el reencuentro con una familia 14 años después.

Estas son las seis verdades que me he traído a este nuevo año, en que no iniciamos una década, ni un quinquenio, ni nada especial. Porque los ritos de llevar la cuenta de cuántos años llevamos en esta Tierra o de cuántos años llevamos como humanidad a partir de ciertos hechos históricos solo deberían servirnos de excusa para hacer recuentos y plantearnos nuevos retos. Desde aquí, y casi a la mitad del primer mes, va el reto de ver cuáles verdades nos hemos traído a este año, y cuáles vamos a descubrir en los próximos once meses. Con algo de suerte, más que descubrir verdades, habremos descubierto que seguimos vivos y rodeados de nuestras personas importantes. Y quizás ya con eso deba bastarnos para mantener una sonrisa, y viva la esperanza.