“Cuando tocábamos los compas bailaban hasta de cabeza”

Los Torogozes de Morazán

Por Santiago Leiva

A sus 78 años Andrés Barrera Mejía, Felipe Torogoz en los campos guerrilleros, ya camina lento y pausado por el artritis, su voz también se cansa al hablar mucho, pero mantiene el tono armónico con que ponía a bailar a los “compas” del ERP en durante el conflicto armado. Él junto a otros personajes como “Sebastián Torogoz”  y “Reinerio Torogoz” le dieron vida a los “Torogoces de Morazán” una agrupación de canto popular que surgió de las filas guerrilleras precisamente para alegrar los corazones de los combatientes después de la batalla. Felipón nació en el seno de una familia humilde en el cantón La Guacamaya de Meanguera. Entre 1972 y 1980 fue comandante cantonal posición estratégica que le sirvió para moverse y organizar la gente que más adelante se sumarían a las fuerzas guerrilleras.

En los inicios formales del conflicto armado, 1980, su suegra esposa y seis de sus hijos fueron asesinados por la Fuerza Armada. La acción militar lejos de desmotivar empujó a Felipe a seguir con su misión de organizar gente para la guerrilla. Luego al conocer de su talento con en la música le pidieron organizar un grupo musical y aunque no estudió más allá de segundo grado el mismo se encargaba de componer la letra de la música.

En la actualidad, Felipe, ya no hace presentaciones artísticas. Para lo poco que saca la guitarra es para entonar algunas alabanzas y reflexionar sobre la palabra de Dios con un grupo de hermanos. “Esta es una de mis últimas entrevistas que voy a compartir”, advierte Felipe, nuestro personaje de esta semana.

Usted nació en la Guacamaya y termina convertido en Torogoz ¿Qué recuerdos almacena de su niñez?

Yo vengo de una familia muy pobre. Vivíamos en un ranchito de zacate, sus paredes eran de vara de maicillo y hojas de guineo. Vivíamos en propiedades ajenas porque yo quedé de ocho años cuando mi Papá murió. Éramos cuatro hermanos tres varones y una muchacha. Yo de 11 años ya hacía pedacitos de milpa y así la íbamos pasando. Cosechábamos un poquito y lo demás lo comprábamos. Mi Mamá lavaba ajeno y mis hermanos eran menores que mí y no me podían ayudar en la milpa. Nunca vivíamos en un solo lugar porque los varones éramos muy peleoneros con los vecinos y dueños de propiedad. Hasta en una cueva que estaba en un barranco vivimos. Se llama la cueva de La Guacamaya. Ahí poníamos hiladero para hacer pita y hacer matates (redes). No tuve una niñez fácil.

 

¿Cómo inicia su relación con la guitarra, fue un amor de niño, o alguien le heredó ese talento?

Yo no era descendiente de músicos, lo que si podía mi Papá era cantar. Me acuerdo que él se sentaba en la hamaca y yo me le sentaba en medio de las piernas y me cantaba cancioncitas. Yo me las aprendía y cuando estaba en el torno mientras mi Mamá hilaba yo les cantaba esas canciones. Luego mandé a hacer  una guitarrita de tabla. Un carpintero me le hizo cuatro  canalitos en la punta de la tabla y yo le puse una pita, olotes para que zocara y la puse sobre un huacal viejo para que sonara. Así empecé a cantar con esa guitarrita. Cuando tenía 12 años llegaba donde un muchacho que tenía una guitarra y buscó quien le enseñara.

Entonces yo iba todas las tardes a ver, el muchacho era rudo y cuando se iba el que le estaba enseñando yo le pedía prestada la guitarra y comenzaba a ensayar los términos. Al final yo le terminé enseñando al muchacho lo que le enseñaba el músico. Solo era cuatro notas: Re mayor, Sol mayor, Do Mayor y La mayor. Así fui aprendiendo. Y luego un aprendí a tocar violín, con un violín prestado. Ya cuando tenía como 20 años formamos un grupo y nos buscaban de Jocoatique, Joateca, hasta Ocicala íbamos. De aquí de Meanguera cada vez que había un matrimonio nos buscaban para que fuéramos a tocar.

 

Se convirtió en parrandero pues

Sí como no, pero me salió algo jodido porque aprendí a tomar también. Aprendí a tomar porque en todas las fiestas me daban guaro los dueños. Hasta a la chicha me daban y me gustaba. Hubo un tiempo  que cada ocho días iba por el trago después que terminaba de sacar mezcal. Es que me casé y mi suegra tenía plantación de mezcal y también sembré como cinco mil matas. Eso sí, si yo me embolaba el sábado y el domingo, el lunes amanecía sacando mezcal. No era cuestión que iba andar llorando por la goma.

 

Dicen que a quien le gusta la parranda y la música le abundan las mujeres…

Nombre si es que el  diablo lo enreda a uno ahí. Yo no viví mal con mi esposa porque era buena gente, yo por ese lado hubiera tenido problemas si ella no me hubiera tenido paciencia. Yo era un sinvergüenza siendo casado, no puedo negarlo y usted me lo acordó, pero se le llega el tiempo a uno  que se regenera.

¿Qué lo llevó a involucrarse con la guerrilla?

Yo empecé a recibir cursillos, y luego a través de la Biblia nos fuimos dando cuenta que los primeros cristianos vivían en armonía. Y acá jugaban con la dignidad de los pobres la oligarquía, los ricos. Estábamos bien reprimidos, sumergidos en la pobreza y sin esperanza. La única esperanza era que otros pueblos se habían liberado, que habían hecho guerra.

 

Antes de meterse a la guerrilla entiendo que fue comandante cantonal, en mi cantón a la gente así le llamaban oreja…

Jajajaja. Los que no se querían organizar quizá por miedo a que lo mataran en la guerra le ponían el dedo a uno que se estaba organizando. Sí y yo fui ocho años comandante en mi cantón y eso me ayudó mucho para organizar gente porque con los mismos soldados de la patrulla emprendimos la organización, cada uno agarraba por un lado. Le entramos a diferentes cantones: Cerro Pando, El Mozote, la Joya. Así fue creciendo la organización. Yo comencé a motivar gente desde 1973 a decirles lo que iba escuchando. Teníamos literatura que nos daba ánimos. Así fuimos organizando la gente y ya en 1980 ya estábamos de punto para darnos arriata con el enemigo.

 

Curioso, el ejército tenía el enemigo en casa

Sí nosotros éramos. Me decía el comandante local: mire comandante cuando mire unos tres hombres o muchachos reunidos en algún lugar vea de que están hablando. Y los encontrábamos hablando de lo que nosotros les habíamos dicho. Cuando le mandaba mi parte le decía: le doy parte comandante que no hay ninguna novedad, todo está tranquilo. Los tenemos controlados en el cantón.

 

Y cuénteme ¿cómo nacen lo Torogoces?

Bueno en 1981 me mandaron a trabajar políticamente con la gente de una comunidad en el cantón El Limón de Joateca y luego me dieron una orden  que me dedicara a formar un grupo musical para divertir a los compas. Yo solo tenía una guitarra de cinco cuerdas y me di cuenta que un amigo logístico tenía unos instrumentos. Luego me acorde de unos compañeros que antes de la guerra tenían un grupo de música y los invité y me dijeron que no había problema. Ellos eran Sebastián Torogoz y Reinerio Torogoz  y como le contaba me fui para donde ese chamaco que tenía los instrumentos. Entonces él tenía un Violón (chanchona), una guitarra y una tubita chiquita mal hecha. Me llevé los instrumentos y un músico que él tenía.

 

Leí que no estudio ni segundo grado y usted escribía las canciones de los torogoces, ¿de dónde viene ese talento para componer las letras?

No lo sé, porque en mi familia no había compositores y mucho menos músicos. No sé de donde me vino eso, ya lo trae uno en la sangre quizá.

 

¿En qué se inspiró para escribir la primera canción?

En los hechos que cometía la Fuerza Armada. Lanzaban grandes bombas que destruían todo a su paso y nos quemaban las casas. Se llama Casas Quemadas. Esa canción la arregle una vez que iba en una “guinda” para otro lugar porque venía un operativo (del ejercito) para donde estábamos. Salimos de la Guacamya, pasamos por Jocoaitique hasta llegar a un río de Torola. En el camino yo me iba inventando la letra y cuando descansábamos un ratito escribía. Cuando llegamos al río la terminé y me puse a ensayarla con la guitarrita. Entonces andaba un hombre que no se si era periodista, pero no era de aquí ( El Salvador), me dice: cántela otra vez para grabarla, la grabamos a la orilla del río sentado en unas piedras. Por esa canción fue que me pidieron formar un grupo.

 

¿Recuerda alguna estrofa de esa canción?

Sí, dice: ya las tierras están listas para empezar a sembrar, ya quemó el zurco el enemigo con morteros y bombas napalm. En todo el departamento solo se encuentran cenizas de las casas y los bienes de familias campesina. Soy malo para cantar

 

¿Porqué se llamaron los Torogoces y no las Guacamayas si venían de ese cantón?

Cuando ya nos vieron que empezamos a salir a hacerles parrandas a los compas cuando llegaban de algún operativo. En una ida a grabar a la Venceremos (Radio Venceremos) nos dijeron que había que ponerle nombre al grupo. ¿Y cómo le ponemos dijimos?. Estaba el chele Sosa, y Santiago que era el locutor. Entonces empezaron a mencionar nombres de pájaros y otras cosas. Los jilguerillos  de Morazán, los revolucionarios de Morazán, no dijimos. ¿Y cómo les ponemos decía Santiago?. De repente cayó un Torogoz en la rama de un palito de mango, y Santiago preguntó y ese pájaro como se llama?. Torogoz le dijimos. Torogoces de Morazán se llamarán, dijo. Así fue como nació ese nombre.

 

¿Cuál era exactamente el papel de ustedes en las filas guerrilleras como Torogoces?

Mientras no había operativos y cruzadas de la Fuerza Armada nosotros nos dedicábamos a cantar y arreglar canciones, y cuando veníamos los operativos guardábamos los instrumentos y poníamos emboscadas o hacer misiones. Hacíamos de todo.

Pero la misión principal era alegrar a sus compas

Claro, pero también algunos de los compas torogoces se convirtieron en combatientes de la BRAZ, y solo nos reuníamos cuando había necesidad de ir a tocar.

 

¿Cómo eran esas noches de parranda en el seno de los campamentos guerrilleros?

Eran muy entusiastas, era una alegría en los campamentos como quien llega al Carnaval de San Miguel. En el campamento donde se hacían las fiestas toda la gente armada, las columnas, las escuadras y los pelotones  se reunían en una cancha, pero se dejaban postas a lo largo y ancho de la zona controlada. Ahí les tocábamos y bailaban hasta de cabeza los compas. Eso era maravilloso, pero había ratos amargos. Pero esos ratos amargos no lo desmoralizaban a uno porque andábamos consiente de lo que andábamos haciendo.

 

Uno de estos momentos amargos imagino fue cuando perdió a su familia, entiendo que perdió a su esposa y seis hijos ¿detálleme ese episodio?

Eso fue en el mes de diciembre de 1980, me mataron a mi esposa, seis niños y mi suegra. La gente me preguntaba cómo te sentís Felipe ¿desanimado, afligido, triste?. Y claro que sí, ni siquiera tenían que pregúntame porque me sentía triste, pero no desanimado porque ya estaba consiente de todo. Yo sabía que cualquier cosa de esas podía pasar. Sí yo no hubiera estado consiente habría sido una tragedia. Me decían unos: ¿no te arrepentís, no te dan ganas de irte?, y yo respondía porque me van a dar ganas de desertar si yo mismo he iniciado esto. Tanto compa que yo convencí que este aquí y que yo me vaya, les decía.

 

¿Cómo fue exactamente que perdió a su familia?

Yo era el responsable de la zona y me tocó salir con la mayoría de la gente de la comunidad para un lugar que se llamaba el Zapotal, y mi esposa estaba embarazada, estaba por dar a luz. Caminamos juntos hasta un lugar y de ahí  ella ya no pudo, iba con las manos en la cadera. Me dijo ya no puedo caminar, y yo le respondía que no podía dejar sola a la gente porque va a caer en  manos del enemigo. Entonces me dijo ella y mi suegra: esos hombres pasan seguido aquí y no nos hacen nada, y yo sabía que era cierto solo pasaban por la calle, así que todos los que perdimos nuestras familias nos confiamos, si yo lo hubiera sabido me la habría llevado aunque fuera en el lomo, pero nunca habían hecho ninguna matanza por ahí. Pero sí, yo tenía bien consiente a mi familia porque a mí me andaban hasta el número de caite (chancla rudimentaria) que usaba, estaba colorado, y al no encontrarme a mí me mataron a toda la familia. En ese pedacito mataron como 16 personas en tres casas.

 

¿Valió la pena la guerra Don Felipe?

En realidad valió la pena. Algunos me dicen que me dejé engañar. Son aquellos que se dejaron influenciar y que no tuvieron el valor  de participar y se fueron de sus lugares de origen a vivir a los pueblos. Yo tenía la esperanza de que esta cosa algún día iba a terminar y que íbamos a ver algún resultado y ahí está. Hoy que está el Frente no tengo cipotes para que me les ayude, pero tengo unos nietecitos que están logrando. A mí me alegra que mis amigos, vecinos, que el prójimo este logrando lo que ha podido dar el presidente. Yo agradezco a los compas que han sostenido su confirmación de fe revolucionaria, pero hay muchos que se decían revolucionarios no son revolucionarios porque han logrado llegar a un puesto donde hay plata y han acaparado dejando a los pobres jodidos.

 

¿Qué ha sido de la vida de Don Felipe Torogoz después los Acuerdos de Paz, a que se dedica?

Hoy no hago nadita. Tengo 78 años y tengo una enfermedad cabrona (artritis) que ya no me deja caminar normal, tambaleo como que ando bolo. Ando patojo y con un bastón y ya me trajeron también una silla de ruedas para que la use, pero la usaré hasta que verdaderamente ya no pueda caminar. Aquí si no me sacan empujado a la calle no salgo. Cuando voy a una calle que está una cuadra arriba de mi casa descanso tres veces agarrado de una malla.