El intercambio del poder en El Salvador

Solo los que tienen poder e igualdad de condiciones pueden negociar ¿Por qué entonces el Gobierno de El Salvador y las pandillas hablan de negociación?

En los negocios para muchos, el día a día es una competencia permanente donde la posibilidad de salir victorioso depende, en gran medida, de “ser más fuerte que los demás”. Lo anterior permite que surjan estrategias y tácticas de enfrentamiento, las que tienen como único fin obtener “el pedazo más grande de un mero negocio, porción de mercado o en otros casos el empoderamiento de un grupo o derecho, etc.”.

En El Salvador hemos sido testigos de muchas negociaciones, unas más importantes que otras, quizás las más significativas para nuestra integridad como ciudadanos fueron las que se iniciaron durante el conflicto armado donde gobierno y guerrillas acudían una y otra vez a buscar el fin de la guerra hasta que después de mucha sangre, horror y destrucción por fin llegó un respiro el 16 de enero de 1992 poniendo fin a 12 años de conflicto armado.

Muchos salvadoreños creímos que el cese al fuego iba a cambiar nuestras vidas, casi 24 años después, esa reconstrucción no ha llegado y estamos igual o peor que en el periodo del conflicto armado, ahora parece que el poder descansa en otras manos, vivimos con miedo a perder la vida a diario y la sangre no ha parado de correr en las calles de nuestro país.

Las negociaciones de las que ahora somos testigos, tampoco han cambiado nuestra vida para mejor, igual que en el pasado, la ponen en el filo de una navaja o frente a un arma que apunta directamente a nuestra cabeza ya que los que quieren demostrar que son los más fuertes son las pandillas, criminales que con su accionar están demostrando que pueden llegar a ser más astutos y competentes que el gobierno.

Exigen beneficios a cambio de parar homicidios y extorsiones ¿por qué?

La respuesta es fácil, la búsqueda de poder político y avaricia de los gobiernos anteriores y del actual, les han dado una ventaja competitiva. Convirtiendo a un fenómeno social en una bestia sedienta de sangre y más poder.

Se me eriza la piel y me indigna leer en periódicos o escuchar en otros medios de comunicación que papá gobierno se ha sentado anteriormente en una mesa de negociación con los líderes de estructuras criminales y que esto lo ha hecho a escondidas del pueblo. Que las pandillas han prestado servicio a las dos caras de la moneda política de nuestro país y que el capital que se ha usado han sido nuestras libertades.

Mientras que al salvadoreño trabajador no llegan los planes de salud y educación, entre otros básicos, por falta de presupuesto, a los pandilleros se les llenan los bolsillos con ese dinero que sale del pueblo ¿por qué de quién es el dinero con el que se les pagaban artículos de lujo, televisión por cable, comidas e incluso bailarinas exóticas que llegaban a darles espectáculos dentro de las prisiones?

¿Cómo una estructura criminal ha escalado tanto? ¿Cuál es su moneda de cambio?

Fácil, una premisa básica en los negocios es que cuando “los fuertes” participan de una negociación, alardean de tener el poder sobre todo y sobre todos. Como salvadoreña he sido testigo de esta supuesta fuerza que esta hampa posee y que ellos publicitan como expertos de comunicación en distintos medios, la cual tiene sus cimientos en la extorsión, tráfico, “relaciones políticas”, constantes masacres y ahora accediendo a “la educación”.

Con la bandera del miedo y la codicia de políticos corruptos, las pandillas han perpetrado y modificado su accionar, ellos están convencidos que pueden
(y de hecho lo intentarán) controlar a El Salvador a toda costa. Tienen tanto ahora que consigue satisfacer su avidez y gozan viendo a su adversario (los salvadoreños buenos que no son parte de su estructura) con las manos vacías.

Un claro ejemplo de lo anterior es el hecho que para muchos salvadoreños de la clase media su única herencia ha sido y seguirá siendo sus estudios superiores, los que le garantizan una vida digna y ahora resulta que ya ni a eso pueden acceder porque también en ese campo se compite con ellos.

Prueba de eso son los datos proporcionados por la Dirección de Centros Penales a medios de comunicación en días recientes, donde se detallaba que de 14 mil 307 pandilleros presos uno de cada 200 es universitario. Dicho dato puede parecer insignificante; sin embargo el hecho de que algunos de ellos tengan un nivel educativo superior a muchos diputados nos dice mucho del tipo de país en el que nos estamos convirtiendo.

Quiere decir que muchos de ellos, contrario a muchos padres de la patria, no necesitan o necesitarían asesores políticos si llegasen a ocupar un curul ya tienen la preparación necesaria para desempeñar el rol que se propongan, ese simple hecho es de temer. Mi pregunta es entonces ¿cómo no van a negociar con contrarios que están en clara desventaja hasta para dar sus opiniones?

Mientras que en los medios de comunicación, el Plan Educando a El Salvador 2016, anuncia que el promedio de escolaridad de nuestro país no llega ni a 7 años, el nivel educativo de los criminales sobrepasa los 8. Muchos de ellos con ese nivel educativo se han infiltrado en la policía, en el ejército y hasta en instituciones de gobierno.

Los políticos ya pueden seguir su circo mediático de anunciar que no les dan tregua a las estructutas criminales, pero los hechos nos confirman que sus palabras no son más que una cortina de humo y sus acciones bajo la mesa reconfirman que sus intereses políticos y su ansia de poseer bienes es más importante que el pueblo que les ha dado el lugar que ahora ocupan.

Para que haya un cambio en el balance del poder actual, tienen que dejar atrás su mentalidad retrograda y comenzar a velar por El Salvador, por los salvadoreños que somos millones no un selecto grupo en un salón azul. Salvadoreños que vivimos asediados y presos en nuestras casas por el crimen, sin oportunidad de mejorar nuestra calidad de vida.

Tienen que dejar de desperdiciar energías y soportar desgastes innecesarios por pretender probar enfáticamente su postura, dejando de lado a grupos que pueden aportar mucho por el bienestar del país, tienen que abrir las puertas al diálogo (pero al transparente y con los sectores que quieren un país mejor y que posee gente profesional y capaz).

Tienen que dejar de subutilizar la comunicación, limitándola a menospreciar y a ofender a la otra persona, esto no parará la ola de criminalidad que tiene de rodillas al país.

Los delincuentes desde su posición no son poderosos e invencibles al contrario son una minoría, misma que si se le aplica la ley y se le niega privilegios se volverá débil y vulnerable.

En muchos casos el poder para negociar recae en la “legitimidad”, no les den eso, todos los que conocen de negociación saben que si una persona disputa o se sienta a negociar con otra, significa que necesita algo de ella y El Salvador no necesita nada de los delincuentes.