Humanidades »digitales»

Conocer personas que hacen cosas diferentes a las que para uno son las cotidianas es una de las experiencias más enriquecedoras. Estas personas suelen estar por todas partes: una religión distinta, una edad mayor que la nuestra, una infancia en un lugar al que hemos ido solo una vez, una profesión de la que nunca habíamos oído, trabajar con tareas que ni imaginábamos que existían suele ser una de ellas. Esta semana fue así: durante cinco días junto a una de mis compañeras de estudio pudimos estar en un centro tecnológico, cuyas áreas de trabajo tienen que ver con la implementación o el análisis de las tecnologías en ámbitos técnicos o sociales, y además asistimos a unas conferencias y un taller de trabajo relacionado con ello. Y eso nos ha puesto a trabajar la ardillita, a pesar a escalas de cuánto se puede hacer desde la cultura digital.

Es cierto que esta cultura replica o amplifica ciertos patrones de nuestra vida, pero también ha provocado que nuestra forma de procesar cierto conocimiento se modifique. El acceso a datos ha permitido que diseñadores de videojuegos ocupen herramientas de realidad virtual que ayuda a la investigación de patrones escondidos en nuestro ADN, o que permitan que ciertas ciudades manejen su transporte público de manera que durante las horas pico haya más unidades en movimiento, o que se sepa cuáles áreas requieren más estaciones disponibles. Ya no digamos todo lo que se puede analizar a partir de las publicaciones que hacemos en nuestras redes sociales, y que llegan a tener influencia en lo que los políticos y los mercadólogos nos ofrecen.

Además, estas tecnologías nos modifican también la forma de interactuar con el espacio en que nos movemos a diario, nuestra ciudad. En estos días hemos seguido conociendo de proyectos que buscan transparentar procesos de licitaciones gubernamentales y de plataformas de participación ciudadana para ayuntamientos (o alcaldías, dependiendo de en qué parte del globo ande una). Estas ideas de hacernos responsables como ciudadanos, de acercarnos a tomar decisiones sobre lo que se hace en donde vivimos es fundamental para nos responsabilicemos de ciertas decisiones de políticas públicas: en la medida en que nosotros los fiscalizamos, los obligamos a rendirnos cuentas, podemos irlos cercando para que haya menos corrupción, además de que podemos impulsar o apoyar proyectos que realmente nos beneficien y mejoren la ciudad en vista del bien común. En Latinoamérica también requerimos plataformas como las de Barcelona y Madrid que nos ayuden a decidir cómo queremos construir una mejor ciudad. Nos urge ser capaces de imaginar, de recrear vías de acceso (tanto digitales como físicas) para que, como ciudadanos, nos podamos hacer cargo de lo que nos corresponde en el manejo de nuestros espacios y fondos públicos.

Por eso quiero compartir un poco de esta experiencia. Creo firmemente que los datos a los que ahora podemos tener acceso pueden mejorar nuestra calidad de vida, pero debemos saber visualizarlos y estar preparados para interpretarlos. En este sentido, uno de mis aprendizajes más grandes de esta semana fue compartir horas y espacios diferentes con un equipo de trabajo en humanidades digitales, cuyo mayor énfasis está en el sustantivo: las humanidades diversas (léase sus ciudades de origen, su lengua materna, su formación profesional), que además no requieren trabajar las 24 horas, ni mucho menos estar conectados todo el tiempo a dispositivos electrónicos para trabajar lo digital, para visualizar datos que permitan hacer distintos tipos de propuestas.

Tenemos pocas herramientas de este estilo en nuestros países latinoamericanos (en algunos hay menos que en otros, pero en algunos la reflexión o los pequeños ejercicios van más adelante). Sin embargo, lo que debemos hacer es provocar un efecto dominó entre desarrollar estas plataformas y alfabetizarnos digitalmente; esto es, educarnos en cuestiones de uso de plataformas y privacidad de nuestros datos para que las tecnologías digitales funcionen en favor de hacernos más humanos, más armónicos con nuestra especie y con el planeta en que vivimos: debemos potenciar que lo digital mejore la calidad de vida de los humanos  a la vez que potenciamos también los espacios de desconexión o desintoxicación de tecnologías, en que volvemos a compartir tiempo con las humanidades (diversas) que nos rodean. Solo así alcanzaremos lo que algunos teóricos denominan inteligencia colectiva, que es nuestra habilidad de poner al común nuestros conocimientos en tiempo real, a través de estas tecnologías digitales que superan las barreras espacio-temporales, en aras de potencializar de la manera más efectiva y grupal posible nuestras capacidades y competencias. Esa puesta en común, esa movilización de habilidades y competencias requiere primero identificarlas, y para ello dirá Pierre Levy, «hay que reconocerlas en toda su diversidad». Y es ese reconocimiento de la infinita diversidad (y semejanza) de nuestras humanidades lo que nos hace libres.