Agencias
El Tribunal Supremo de Pakistán convocará en breve una sesión para dar su última palabra sobre un caso muy especial: la liberación o condena a muerte de una madre católica de cinco hijos, acusada de blasfemia contra el islam. El caso de Asia Bibi, que lleva nueve años en la cárcel, provoca pasiones en Pakistán y ha generado un movimiento general de organizaciones de derechos humanos y católicas en su defensa.
El Vaticano la considera en cierto modo un icono de la persecución de los cristianos en el mundo. A finales de febrero, el Coliseo de Roma -escenario del martirio de multitud de cristianos- se encendió de rojo en un acto en favor de los perseguidos por su religión, que tuvo como invitados especiales al marido y las hijas de Asia Bibi.
«No hay nada contra ella y el Supremo lo sabe, confiamos en que en muy poco tiempo Asia Bibi salga libre», comenta a ABC el portavoz de la familia, Joseph Nadeem, un católico paquistaní que encabeza una fundación educativa en Lahore donde estudian las dos hijas de la encarcelada. Nadeem confirma que esperan la convocatoria de la audiencia en el máximo tribunal de Pakistán para finales de este mes, y una sentencia «absolutoria» rápida.
El Tribunal Supremo no entra a valorar la polémica «ley de la blasfemia» -que condena con la muerte cualquier injuria contra el islam-, producto de la presión de los grupos ultrarreligiosos en la primera potencia musulmana del mundo, pero hace dos años ordenó reabrir el caso de Asia Bibi por falta de pruebas. Para entonces, ya pesaba sobre la mujer cristiana una pena de muerte, confirmada por un tribunal de apelación.
Pakistán se prepara para vivir días intensos, con protestas, sentadas y manifestaciones violentas en el país convocadas por los líderes islamistas. El «caso Asia Bibi» ha provocado ya dos magnicidios: el del gobernador musulmán del Punjab Salman Taseer, que salió en defensa de la cristiana, y el del ministro de Minorías Bhatti, único miembro cristiano del Gobierno paquistaní. Ambos fueron asesinados por fanáticos islamistas. El asesino de Taseer -su propio guardaespaldas- fue detenido y ejecutado en la horca, una sentencia que provocó en su día revueltas violentas en todo Pakistán. Los líderes islamistas exigen ahora que Bibi siga la misma suerte y sea colgada.
Asia Bibi permanece en la prisión de mujeres de Multan aislada y al parecer ajena a la efervescencia política que levanta su caso. «Está débil físicamente, pero vive en un estado de emoción espiritual y está dispuesta a dar la vida por su fe», señala Joseph Nadeem, que la visita periódicamente. Asia -una campesina pobre y analfabeta, nos recuerda Nadeem- «ha aprendido a leer con la Biblia, gracias a la ayuda de una funcionaria cristiana de la prisión, y dedica al libro sagrado buena parte de la jornada».
Desde hace nueve años, la historia de la mujer detenida por un presunto «delito de blasfemia» simboliza la suerte de los 2,5 millones de cristianos de Pakistán, la mitad de ellos católicos, en un país que desde hace tiempo mantiene una imparable deriva fundamentalista. Asia Bibi, perteneciente a la familia más pobre de su pueblo, a 40 kilómetros de Lahore, decidió en 2009 trabajar en el campo para obtener más recursos para sus hijos.
Tras una de aquellas jornadas extenuantes, bebió agua de la misma vasija que sus compañeras musulmanas, algo que los cristianos tienen prohibido en la ley islámica. Como reparación, sus amigas animaron a Asia a convertirse al islam, cosa que ella rechazó de plano. Una de ellas contó lo ocurrido al imán del pueblo, esposo de una de las jornaleras, que denunció a la cristiana con el falso testimonio de que había insultado al profeta Mahoma. Asia Bibi fue encarcelada, y ese día comenzó su peripecia ante los tribunales y de prisión en prisión.
La audiencia que está a punto de convocar el Tribunal Supremo no contará, según su portavoz, con la presencia de Asia Bibi por miedo a las protestas de los musulmanes fanáticos. Las autoridades civiles han previsto que, de ser absuelta, abandone de inmediato Pakistán con el resto de su familia.