SpaceX pone a dos astronautas en órbita y marca un hito en la carrera espacial privada

Por El País

La historia ha vuelto a despegar este sábado desde este trozo de tierra, sepultado ahora en una densa nube de vapor y una descarga de decibelios dejados, en su camino al espacio exterior, por la bestial criatura de un excéntrico soñador multimillonario. Este lugar conecta con la historia de la Humanidad y con el imaginario colectivo estadounidense. Tierra de huracanes y caimanes, en la costa oriental de Florida, este punto del mapa se eligió hace más de medio siglo como trampolín para al espacio. En este Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, se construyó la Plataforma de Lanzamiento 39. Desde aquí despegó el Apollo 11 que llevó al hombre a la Luna y aquí, este sábado, ha resucitado el sueño americano del espacio. A las 15.22 (hora local), en un segundo intento después del aplazamiento del pasado miércoles, han despegado los primeros seres humanos puestos en órbita por una compañía privada.

La nueva era del espacio, la de la carrera espacial comercial, ha alcanzado hoy su hito más importante con el despegue de la primera misión tripulada privada a la Estación Espacial Internacional (EEI), a la que está previsto que llegue en 19 horas. Es la primera vez en casi una década que Estados Unidos envía astronautas al espacio desde suelo estadounidense. La historia se repite pero, a la vez, todo es diferente.

Doug Hurley y Bob Behnken, los primeros astronautas de la NASA en volar para una compañía privada, no han llegado en el tradicional Astrovan, sino en un Tesla Model X realizado por la empresa de su jefe. A través de una pasarela elevada a 70 metros del suelo, vestidos con sus estilosos trajes blancos diseñados por SpaceX, con logos de la NASA, han embarcado en la cápsula Crew Dragon colocada encima del cohete Falcon 9, bautizado en honor al Halcón Milenario de Han Solo.

El lanzamiento se produce en medio de la pandemia del coronavirus, cuando Estados Unidos ha rebasado ya la simbólica cifra de 100.000 fallecidos. La NASA decidió seguir adelante con el lanzamiento a pesar de la pandemia, y había pedido a los aficionados, congregados habitualmente en las playas cercanas ante cada lanzamiento, que siguieran esta vez el acontecimiento en sus pantallas. El presidente Donald Trump y el vicepresidente Mike Pence estaban entre la reducidísima lista de invitados VIP para contemplar el despegue en directo. “Puede que aquí haya una oportunidad para América de hacer quizás una pausa, y mirar arriba y ver un brillante, resplandeciente momento de esperanza sobre cómo se ve el futuro, y que Estados Unidos puede hacer cosas extraordinarias incluso en tiempos difíciles», ha dicho antes del lanzamiento Jim Bridenstine, administrador de la NASA, proponiendo una inyección de moral en un momento en el que el país se encuentra envuelto en las protestas raciales contra la violencia policial, después de la muerte de George Floyd en Minneapolis.

Terminada la cuenta atrás, el Falcon 9 ha subido por el cielo como una jabalina incandescente, tres días después de que hubiera que abortar el lanzamiento previsto debido al mal tiempo. La cápsula Crew Dragon adherida a su punta, que el cohete ha soltado en el espacio antes de aterrizar de pie en una embarcación-dron, es una variación de la Cargo Dragon, no tripulada, con la que la compañía pone regularmente satélites en órbita para clientes y envía mercancías a la Estación Espacial Internacional, en el marco de su contrato con la NASA. Antes de este día histórico, el Falcon 9, con nueve motores y de 68,4 metros de altura, ha volado ya 85 veces en los últimos 10 años. La Crew Dragon tiene capacidad para transportar a siete pasajeros, pero en este primer viaje vuelan solo dos veteranos del espacio con amplia experiencia.

Robert Behnken, 49 años, de St. Ann (Misuri), casado con la también astronauta Megan MacArthur, es doctor en ingeniería mecánica y coronel de la Fuerza Aérea estadounidense, donde sirvió antes de incorporarse a la NASA en 2000. Ha volado en el transbordador Endeauvour (2008 y 2010) y acumula 708 horas en el espacio, 37 de ellas fuera de la nave.

Doug Hurley, nacido en Endicott (Nueva York) hace 53 años, exmarine, fue el piloto de la última misión del Atlantis, en 2011, que puso fin al programa de transbordadores. Está casado con la astronauta Karen Nyberg y es padre de un hijo.

“Encendamos esta vela”, ha dicho Hurley justo antes de la ignición, repitiendo las palabras que pronunciara Alan Shepard en 1961, en el primer viaje estadounidense tripulado al espacio.

Pero hay un tercer protagonista: Elon Musk. El multimillonario que, con su compañía SpaceX, fundada en 2002, entra ahora en la exclusiva liga de entidades que han enviado astronautas al espacio después de Rusia, Estados Unidos y China, en este orden. Musk (Pretoria, Sudáfrica, 1971) ni siquiera había nacido cuando Neil Armstrong pisó por primera vez la Luna el 20 de julio de 1969. Fundador de PayPal y Tesla, compañía de coches eléctricos que aún dirige, Musk creció consumiendo ciencia-ficción y comprendió que la misma tecnología que le hizo rico le permitía cumplir sus sueños infantiles alimentados por las hazañas de la NASA.

“Es un sueño hecho realidad, para mí y para todos en SpaceX”, dijo Musk. “No es algo que pensé que pasaría. No creí que este día llegaría. Si me hubieran dicho que iba a estar aquí hoy, habría pensado que ni hablar”.

Estados Unidos vuelve al espacio con una innovación no solo tecnológica, sino política y filosófica. La Nasa entrega la responsabilidad de llevar a astronautas al espacio a una compañía privada. A la era Apollo, alimentada por la rivalidad de la Guerra Fría, le siguió el programa Shuttle y su decadencia, consumada en las llamas del transbordador Challenger, que explotó en el cielo el 28 de enero de 1986 ante los ojos del mundo con siete astronautas dentro. Le siguió la tragedia del Columbia (2003). Y el 8 de julio de 2011, se lanzó el último transbordador Atlantis y se renunció a enviar más seres humanos a la Luna desde suelo estadounidense. Desde entonces, hasta hoy, los astronautas americanos viajan a la Estación Espacial Internacional con escala en Rusia a bordo del Soyuz, el programa espacial del que fuera el archienemigo galáctico.

El de hoy es el principio de un viaje histórico pero también el final de otro. Los desafíos técnicos han sido colosales, y han quedado en evidencia en el pasado. Boeing, la otra compañía contratada por la NASA para llevar astronautas al espacio, falló en diciembre en su prueba no tripulada en el Starliner debido a problemas de software que impidieron su anclaje a la EEI. La propia SpaceX sufrió una explosión el año pasado que destruyó una de sus cápsulas durante una prueba.

Después de que Estados Unidos hubiera cedido casi por completo a Rusia y a China el negocio de lanzar satélites comerciales, hoy SpaceX envía rutinariamente y trae de vuelta cohetes reutilizables para clientes variados, copando el 70% del mercado. Y ha lanzado 19 misiones de mercancías a la EEI para la NASA.

Si la misión de hoy concluye con éxito, consumará un cambio en la relación del ser humano con el espacio. Los pasajeros son de la NASA. La agencia ha supervisado todo, y podría haber ordenado abortar el lanzamiento si hubiera visto algo peligroso. Pero es SpaceX, su personal, su tecnología, la que dirige esta aventura. Ya hay dos compañías que han anunciado sus planeas para contratar lanzamientos en la cápsula Crew Dragon de SpaceX, y enviar a turistas al espacio. Tom Cruise ha expresado su interés por rodar una película en la Estación Espacial Internacional. Y una misión exitosa inyectará confianza en las próximos objetivos. El primero: volver a enviar astronautas a la Luna, objetivo que la NASA se ha planteado para 2024.