El misterio de los moais de Isla de Pascua: ¿Qué representan y cómo fueron movidos?

Los primeros navegantes europeos que surcaron a comienzos del siglo XVIII toda la zona marítima de la Polinesia y avistaron por primera vez la Isla de Pascua (también llamada “Rapa Nui” en idioma local), quedaron sorprendidos cuando pusieron los pies en este territorio insular en forma de triángulo. Descubrieron cerca de 900 estatuas distribuidas en varios puntos de la isla, que representaban la figura de un ser antropomórfico, donde destacaba más el rostro que el tronco, con una nariz alargada, boca de labios finos y un mentón pronunciado. Estas esculturas alcanzaban de cuatro a 10 metros de altura y de cinco a 10 toneladas de peso, y habían sido construidas con toba, un tipo de piedra volcánica de color amarillo grisáceo que abunda en el volcán Rano Raraku de la isla.

Los recién llegados, con el tiempo, se enterarían que estas imponentes estructuras pétreas eran llamadas en el idioma local “Moai Aringa Ora” (que significa “rostro vivo de los ancestros”), y que habían sido esculpidas por hábiles artesanos de la etnia Rapa Nui para representar a sus ancestros, gobernantes o antepasados importantes. Éstos últimos, aparentemente, después de muertos, tenían la capacidad de extender su “mana” o poder espiritual sobre la tribu para protegerla. Los clanes más prósperos, tal como hacían los egipcios cuando erigían una pirámide en honor a algún faraón fallecido, al parecer ordenaban construir un moai como una manera de honrar al hombre difunto con mana. Después de un tiempo de duro trabajo (se cree que un equipo de escultores podían tomarse cerca de dos años para terminar un moai), la estatua recorría su camino desde las canteras del Rano Raraku hasta llegar al “ahu” o altar ceremonial de piedra preparado para recibirlo. Supuestamente, era erigido acompañado de grandes celebraciones.

La ubicación de los moais, que se estima habrían sido construidos entre los siglos IX y XVI, no era casual. Debían situarse sobre los “ahu” con sus rostros mirando hacia el interior de la isla, donde estaban los poblados, de espaldas al mar, para que el mana del moai pudiera proyectarse sobre su tribu para protegerla. Las únicas esculturas que rompen esta regla son los siete moais astronómicos que miran al océano situados en el Ahu Akivi, y un moai de 4 manos señalizando el solsticio de invierno en el Ahu Huri Aurenga. Luego que eran instalados en su “ahu”, a los moais se les encajaban unos ojos de coral blanco y pupilas de obsidiana o roca volcánica roja, para que de ese modo se convirtieran en el “aringa ora” (“rostro vivo”) de un ancestro (Hoy ningún moai tiene sus ojos originales y se cree que tal vez fueron destruidos por los propios pobladores durante las guerras tribales o se destruyeron con el paso del tiempo).

¿Cómo se construyeron los moais?

Los moais eran esculpidos en el sector más alto del lado sur del cráter del Rano Raraku, lugar donde abunda el toba, material que resultó ser más apto que la escoria o el basalto para la construcción sistemática de estatuas. Los maestros talladores, al parecer, esculpían la piedra valiéndose de cinceles de basalto u obsidiana con el que esculpían la parte frontal con todos sus detalles, como los finos rasgos de la cara. Finalmente se cincelaba la espalda para desprender la estatua de la roca madre, para después deslizarla por la ladera hacia la base del cerro, mediante maderos y firmes cuerdas de fibra vegetal, hasta depositar el moai en un hoyo previamente excavado que le permitía mantenerse de pie. En esa posición se terminaba el tallado de la espalda de la estatua y el moai quedaba listo para ser trasladado a su destino final.

Cómo se movieron los moais?

Aunque hasta el día se han planteado muchas teorías al respecto, el traslado de estas enormes y pesadas estatuas de un punto a otro de la isla es todavía el mayor misterio sin resolver que existe en la Isla de Pascua. Pero, descartando algunas ideas más imaginativas, como la intervención de civilizaciones extraterrestres o el uso de poderes telekinéticos por parte de los sacerdotes de los clanes, la idea más aceptada por los especialistas es que los moais “caminaban” a sus “ahus”, es decir, los nativos los hacían bascular alternativamente con el uso de cuerdas que se tiraban de cada lado de la base hacia delante. Otra teoría, en tanto, afirma que los moais eran trasladados recostados sobre una plataforma de maderos a manera de trineo, que se tiraba con cuerdas sobre troncos transversales para reducir el roce.

Como sea que fuere, el traslado de los moais desde las canteras del volcán Rano Raraku a otros puntos de la isla debe haber sido una labor que demandó un titánico esfuerzo físico y una mayor destreza técnica, especialmente en la fase en que se levantaba la estatua sobre la plataforma en que iba a reposar definitivamente. Si bien los moais más altos que se construyeron alcanzan los 11 metros de altura, en la cantera principal del Rano Raraku quedó sin desprender de su nicho una gigantesca imagen de 21 metros de largo, conocida como Te Tokanga, que, de haber sido desprendida de la cantera, habría llegado a pesar más de 200 toneladas.

Hoy los moais son el símbolo por antonomasia de la exótica Isla de Pascua, territorio chileno desde que el marino Policarpo Toro la incorporara en 1888 a la soberanía de nuestro país. Como anécdota histórica, se comenta que en 1929 los habitantes de la isla le regalaron un moai al presidente Carlos Ibáñez del Campo, pero el mandatario se deshizo de él pues un asesor le habría comentado que traía mala suerte.

Tomado de Guioteca