El País
El Barça recuperó en A Coruña el título que estaba en poder del Madrid. La Liga ha sido azulgrana en siete de las últimas 10 temporadas, en nueve sobre 16 desde el debut de Messi e Iniesta y en 11 desde que salió campeón por un penalti fallado por Djukic en Riazor. Al igual que Guardiola, Tito y Luis Enrique, Valverde se ha estrenado con un título cuyo valor es enorme aunque por repetido y al final esperado puede no emocionar tanto como la Champions.
La regularidad puntúa menos que la instantaneidad, sobre todo en el club azulgrana, ansioso por recuperar en la era de Messi la distancia que le tomó el Madrid en los tiempos de Di Stéfano después de no saber capitalizar los triunfos alcanzados en los años previos a la Copa de Europa. A cambio, la distancia entre ambos en la Liga, 25 trofeos ante 33, se ha reducido espectacularmente desde el primer éxito de Cruyff: 15 de los campeonatos se han conseguido a partir de 1990.
La figura de Messi y el saber hacer de sus entrenadores le sobra para mandar en la Liga, incluso en las condiciones más adversas, como han sido las últimas, especialmente desde que Neymar se fugó al PSG y dejó en fuera de juego a los rectores del Barça. “Habríamos superado la línea de responsabilidad si hubiéramos fichado a dos jugadores por 270 millones”, afirmó entonces el director de deportes Albert Soler cuando en verano los dirigentes azulgrana declinaron fichar a Coutinho y Di María.
Fichajes aplazados
El brasileño se incorporó en invierno por 160 millones (120 más 40 de variables), la cantidad más alta pagada por un jugador en la historia del Barça, superior incluso a los 140 millones (105 más 35) abonados por Dembélé, contratado para combatir los efectos del adiós de Neymar. A pesar de su titularidad ante el Dépor, la aportación de Dembélé ha sido escasa, condicionado por la lesión de cuatro meses que sufrió en Getafe. Nada nuevo en una plantilla veterana y difícil de regenerar si no es por la renuncia de los propios jugadores, como ha sido el caso de Iniesta, suplente en A Coruña. Ni los fichajes ni la cantera pueden competir contra los 10 titulares ratificados por Valverde.
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No debe resultar fácil entrenar a las vacas sagradas y menos si cuentan con la complicidad absoluta de una directiva que les renueva sus contratos sin rechistar, obligada porque los títulos mandan y el Barcelona acaba de sumar el octavo doblete: Liga y Copa. Así que se trata sobre todo de gestionar al equipo y sus partidos y leer las situaciones del juego, tareas en las que Valverde ha sobresalido con la excepción de Roma, cuya derrota provocó tanta cólera en la directiva que cuestionaron la continuidad del Txingurri. Un calentón difícil de comprender si se tiene en cuenta que se auguraba un año terrible después de la Supercopa de España.
“Por primera vez desde que estoy aquí me he sentido inferior al Madrid”, confesó Piqué después de la derrota con el equipo de Zidane. “La consigna de entonces fue retrasar todo lo que fuera posible la crisis que sabíamos nos iba a caer encima”, argumentan desde el Camp Nou cuando se pregunta por la doble derrota con el Madrid. El método de Valverde resultó tan sorprendente como efectivo porque la coyuntura abonaba la derrota en un club depresivo como el Barça.
El club era un polvorín por la amenaza de una moción de censura cursada por Agustí Benedito contra Bartomeu; por la situación política del país y la decisión de la junta de disputar el partido contra el Las Palmas a puerta cerrada en el Camp Nou, acuerdo que el mismo 1 de octubre provocó la dimisión del directivo responsable del área institucional Carles Vilarrubí y del de la médica y universitaria Jordi Monés después de que con anterioridad hubiera renunciado la vicepresidenta económica Susana Monje; y también porque la plantilla en nómina era peor que la de la temporada anterior por el adiós de Neymar.
Los mano a mano
Los futbolistas, sin embargo, se conjuraron con el entrenador y tiraron millas en cuanto vieron dudar al Madrid. Arrancaron los barcelonistas con siete victorias consecutivas y dejaron en la cuneta al conjunto de Zidane. Marcada la diferencia, los muchachos de Valverde supieron resolver los mano a mano que se les presentaron con el Valencia, el Atlético y con el Madrid en el Bernabéu.
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La experiencia en equipos como el Athletic, el Espanyol, el Valencia y el Villarreal, así como el Olympiacos, sirvió a Valverde para compactar a un Barça que se partía por la mitad en la última temporada del tridente, Messi-Luis Suárez-Neymar. Jugó con las líneas muy juntas, se hizo fuerte en la medular a veces con un doble pivote y sólido en las áreas con la ayuda de un cuarto centrocampista o de un tercer delantero en función del contrario, más a gusto a menudo con un 4-4-2 que con un 4-3-3, circunstancia que se asumió sin rechistar en un Camp Nou especialmente despoblado en invierno, cuando la media de asistencia descendió en unos 13.000 espectadores, recuperada con el buen tiempo y la fase decisiva en la Copa y en la Liga.
La temporada ha sido “especialmente dulce”, para utilizar la terminología del vestuario del Camp Nou, sin incidentes remarcables desde la Supercopa hasta la eliminación de la Champions. La fiabilidad del equipo y el sentido institucional del entrenador han facilitado la tranquilidad y también la monotonía para suerte de un grandioso Messi.
El 10 desequilibraba a los rivales mientras Valverde equilibró al Barça a partir de la figura de un omnipresente Ter Stegen, aspirante al Zamora con Oblak. El entrenador acercó a Messi y Luis Suárez y los buenos resultados se sucedieron: los azulgrana permanecen invictos y, con 40 partidos sin perder, han superado ya el récord de 38 que tenía la Real Sociedad desde 1980. Messi, mientras, aspira a ganar otra Bota de Oro.
Ni la salida de Mascherano en invierno, ni tampoco situaciones complejas como la de André Gomes, afectado de una crisis de confianza que le llevó a confesarse públicamente en la revista Panenka, han afectado la marcha azulgrana en una plácida Liga. Nunca ha perdido el rumbo, ni siquiera en partidos que parecían imposibles como el de Sevilla, cuando empató con media hora de Messi un partido que parecía escapársele. Aunque no ha sido una trayectoria emocionante, ha habido picos de juego interesantes, suficientes para combatir la inercia y la rutina, abonadas por la seguridad de una zaga presidida por dos excelentes centrales, Piqué y Umtiti, y un lateral exuberante como Jordi Alba.
Quedan para el recuerdo dos partidos antagónicos: el Barça jugó muy mal en Roma y muy bien contra el Sevilla en la final de Copa. El encuentro del Metropolitano evocó las mejores noches azulgrana cuando en el banquillo se sentaba Guardiola. Aquel 0-5 ha permitido a Valverde responder a las críticas por el adiós europeo y responder a quienes entienden que el equipo ha perdido estilo e identidad, sobre todo por la poca presencia de jugadores de la cantera, nula en el once de Balaídos.
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La estabilidad del equipo ha permitido recobrar el sosiego institucional para firmar el acuerdo con el Ayuntamiento para el Espai Barça. Bartomeu ha absorbido el poder y ha encadenado su mandato al contrato del mandamás Messi: 2021. El reto es estirar su hegemonía en la Liga y ampliarla a Europa, terreno hostil incluso a las secciones desde 2015 en Berlín. Las derrotas han sido tan escasas como estruendosas —cuatro: las dos de la Supercopa, una de Copa con el Espanyol y la de Roma en la Champions—, insuficientes para afectar a su condición de invicto en la Liga. Aunque la coyuntura invita a relativizar a la espera del desenlace de la Champions, la memoria convida a un gran festejo: en un año en que pintaban bastos ha cantado Liga y Copa sin levantar la voz, con la normalidad de los campeones, como antaño solía el Madrid y desde hace años hace el Barça.