Madre de niño atrapado en cueva en Tailandia: «Ahora estamos todos muy contentos, esperamos buenas noticias»

Agencias

Intentando distraerse con la televisión, los padres de los niños atrapados en una cueva de Tailandia esperan noticias sobre su rescate en la caseta del parque nacional de Tham Luang, en la provincia septentrional de Chiang Rai, cerca de la frontera con Birmania. Llevan casi dos semanas sin ver a sus pequeños y se les nota la angustia en el rostro. Aunque los doce menores, junto a su entrenador de fútbol, fueron hallados con vida el lunes dentro de la caverna, no pueden salir porque las lluvias del monzón la han inundado.

 O aprenden a bucear para recorrer los cuatro kilómetros que les separan de la entrada a la cueva, donde tendrán que sumergirse en algunos tramos que han quedado anegados, o no los quedará más remedio que esperar cuatro meses, hasta que acabe el monzón y ceda el agua de la cueva. Las dos opciones son peligrosas. La primera, porque los niños apenas saben nadar y pueden entrar en pánico buceando a través de cavidades angostas y enfangadas con fuertes corrientes y sin apenas visibilidad. La segunda, porque la estación de lluvias no ha hecho más que empezar y se esperan fuertes precipitaciones que inundarán aún más la cueva, amenazando al grupo atrapado, refugiado sobre una roca rodeada por el agua.

Intentando sobreponerse a esta fatalidad que les ha deparado el destino, las familias se aferran a la esperanza de que los niños serán pronto traídos a la superficie. La tregua que ha dado la lluvia durante los últimos días y el drenado de la cueva, donde ha bajado el nivel del agua, les animan al optimismo.

Confiando en que todos ellos serán rescatados por los más de mil efectivos que componen el dispositivo de salvamento, algunos venidos de Estados Unidos, Reino Unido, China, Japón y Australia, las familias aguardan en una cabaña del parque natural. Con las paredes decoradas con cuadros del difunto y venerado rey Bhumibol, donde aparece regando plantas e inspeccionando cultivos, las familias ven las noticias en televisión sobre el rescate de sus hijos y pernoctan en una sala habilitada con colchones y mantas. Mientras una madre consulta su móvil, a su lado juega la hermanita pequeña de uno de los niños atrapados en la cueva.

 Afuera, los equipos de emergencias se afanan moviendo tuberías y estructuras metálicas para bombear el agua mientras las excavadoras allanan con sus palas el embarrado terreno. Entre un enjambre de soldadospolicíassocorristas bomberos, decenas de periodistas montan guardia a la caza de novedades y, como todos aquí, ansían el momento en que los menores emerjan de la caverna. A la entrada se han montado tiendas con bombillas y electricidad donde se coordina el dispositivo de rescate y se ofrece comida gratis.

Bajo el batir de las alas de los helicópteros del Ejército que surcan el cielo, cae la noche en la boca de la cueva de Tham Luang. El sol ha dado un respiro después de un día de calor intenso, pero las cigarras siguen cantando entre la maleza de esta montaña con forma de persona tumbada que se ha tragado a doce niños y a su entrenador. Agradeciendo los ánimos, uno de los padres de los muchachos me ha regalado la tradicional bufanda tailandesa para secarse el sudor. La pienso llevar conmigo hasta que su hijo y los demás salgan a salvo de la cueva.