La vida pende de un tubo en las camas del Hospital San Rafael ¡El ojo de la tormenta!

Foto de AFP

Retomado del blog de Yuri Cortez

El fotoperiodista salvadoreño de la agencia AFP, Yuri Cortez,  tuvo acceso al hospital San Rafael donde se atienden a los pacientes por COVID-19.

En su blog yuricortez.com narra en primera persona todos los sentimientos y sensaciones que experimentó cuando ingresó al área de atención, esa área donde penden entre la vida y la muerte varios salvadoreños. 30 de ellos ya perdieron la vida.

Acompaña a su nota imágenes que pudo captar del lugar de la emergencia -la zona cero-, donde todo el personal de salud está volcado a salvar las vidas de los enfermos por coronavirus. A continuación reproducimos la narración del fotoperiodista.

Puedes ver el original en este enlace: https://yuricortez.com/2020/05/19/la-vida-pende-de-un-tubo-en-las-camas-del-hospital-san-rafael-el-ojo-de-la-tormenta/

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Cuando entras a las salas de cuidados intensivos o transitas por los pasillos, lo único que falta es el tema musical de la serie Los Expedientes Secretos X. Los cuerpos yacen ahí, inmóviles por el coma inducido, los cables conectados en el pecho, los tubos en forma de espiral salen de sus bocas y no se escucha nada más que los pitidos que emiten los aparatos que monitorean los diferentes órganos afectados por el temido COVID-19.

No ha pasado ni una hora de mi llegada al hospital San Rafael, cuando un anuncio me estremece: “el paciente con una deficiencia renal en aumento falleció” dice el médico intensivista que desde un cuarto oscuro e iluminado parcialmente con la luz que emiten las pantallas de los monitores confirma la hora del deceso, el siguiente llamado a través de altavoces es para el equipo de desinfección y protocolo para el manejo de cadáveres por COVID-19, una sensación de miedo y adrenalina se mezcla, te imaginas las fotos, piensas en ir, piensas en el riesgo, piensas en el enemigo invisible a simple vista acechando el menor descuido para invadir tu cuerpo a través de ojos, nariz o garganta, y la razón te dice no.

Desde mi arribo al hospital me dan indicaciones, el doctor Yeerles Ramírez, director del centro hospitalario, enclavado al pie de la cordillera del bálsamo en la ciudad de Santa Tecla, me presenta aparte al equipo médico, me reitera que estoy en buenas manos y que estaré bien. A la hora de ingresar a la primera estación es para despojarse de todo, me entregan ropa de quirófano esterilizada y pasamos a otra estación, siguiendo cada paso de la intensivista, la doctora Sara Córdova, comenzamos por ponernos el traje de bioseguridad nivel III, el primer par de guantes, las gafas para proteger los ojos, el segundo par de guantes, las botas de hule, las zapateras quirúrgicas, el gorro para el cabello y por último, la capucha del traje que cubre la cabeza; es importante verificar que todo vaya hermético así que un espejo ayuda a comprobar que no exista un pequeño agujero donde se pueda filtrar nuestro enemigo, es necesario en varios casos acudir a cinta adhesiva para asegurar que todo vaya cerrado.

Una capucha conocida como “de monja” es necesaria, así que una enfermera me ayuda a colocarla, el nombre de cada uno es escrito en la espalda con plumón azul, de ahí en adelante la zona cero está a pocos minutos, en el camino nos encontramos con más trabajadores de la salud, cada uno ejerciendo su función con la misma importancia como los que están en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos). Los trajes blancos y amarillos van y vienen, las capuchas de monja y las batas verdes es lo que predomina en el hospital convertido 100% en atención al COVID-19.

El recorrido comienza con los casos sospechosos y los que están en fase de recuperación quienes alegremente saludan a la doctora y agradecen a Dios por estar cerca de volver a ver la luz del día y a sus familiares, “tengo familia que me espera” susurra uno, de tez morena, delgado y con severas muestras de lo que ha vivido, en la medida de lo posible el distanciamiento físico es importante aún en esas condiciones, de manera que cada espacio del centro hospitalario es aprovechado para colocar pacientes aislados. Mi cámara está forrada con plástico transparente y luego de muchas dudas, desde la noche anterior, acerca del lente que debía usar, me decidí por el 50mm porque este me permite mantener un distanciamiento focal muy necesario en estos casos y no olvidar en donde estás parado.

Poco a poco el sonido de la canción de Los Expedientes Secretos X va en aumento y el primero en aparecer es un hombre mayor de edad, “este es un abuelito” me comenta la doctora Córdova en tono cariñoso, el cuerpo yace inmóvil, los tubos salen de su boca y se conectan a los respiradores, ajustado a su brazo izquierdo está el monitor de la presión arterial, en su pecho más de media docena de cables permanecen adheridos con sus ventosas, el cuerpo no emite sonido alguno, no parece sentir dolor, no hay ningún tipo de reacción, lo único que nos hace pensar que sigue con vida son los intermitentes sonidos que emiten los aparatos y las luces verdes o rojas, a veces amarillas, ¡estamos en la zona cero! Hay mujeres y hombres, jóvenes y otros no tanto, el virus no distingue edades, los que pueden hablar no dejan de bendecir a los médicos y dar gracias a Dios.

Las enfermeras y los doctores que verifican el avance de sus pacientes trabajan arduamente por turnos de cuatro horas, en verdad el traje sofoca, la cabeza te duele por falta de oxígeno o la presión de las gafas, la tensión de caminar entre el fuego cruzado de un enemigo invisible y la deshidratación hace que varios miembros del equipo de salud sufran desmayos, existen zonas de descanso en donde una cafetera no falta, sofás y sillones para poder disfrutar de una plática entre colegas o una comida, las sonrisas que se escuchan provienen de una pantalla de TV que difunde la serie Dos hombres y medio. Los mensajes religiosos y de motivación son parte de la decoración en las paredes, los médicos y las enfermeras intentan ponerle ánimos a su jornada diaria y decoran sus trajes de bioseguridad con corazones o caritas felices además de su nombre y apellido.

Creo que solo estando dentro de un hospital COVID-19 se puede llegar a tomar conciencia de lo grave que es esta pandemia, de la fragilidad de la humanidad ante un enemigo minúsculo contra el cual no funciona la más poderosa arma nuclear, biológica, química, artillería, etc. La manera de contagiarse y de expandir el virus es muy simple y difícilmente te vas a dar cuenta que estás contagiado; sino hasta que en muchos casos es demasiado tarde porque ya lo llevaste hacia diferentes lugares o personas. El slogan de quedarse en casa, el distanciamiento físico y la cuarentena domiciliar, así como el lavado de manos con jabón y alcohol gel son las armas más letales contra el virus.