Luis Nieto | AS
La primera vez que Zidane visitó el Camp Nou, ese Madrid heredado de Benítez estaba a diez puntos del Barça a ocho jornadas del final. La victoria de aquella noche no le alcanzó para el título, aunque alargara el pleito hasta la jornada final, pero el madridismo entendió que había un porvenir, que el cambio de guardia andaba cerca. Fue un triunfo para el futuro, como el que consiguió el equipo de Xavi en el Bernabéu este domingo. La solución estrafalaria que Ancelotti se sacó para reemplazar a Benzema dejó un Madrid indefenso ante un Barça descamisado, con pretensión de volver a su era imperial. Fue un atropello para el recuerdo, seguramente con mayor incidencia en la autoestima culé que en la clasificación final, pero al Madrid debe servirle de aviso para el verano. Con su banquillo puede salirse a la calle.
Hubo mucha venda antes de la herida en las alineaciones. Ancelotti abrigó la baja de Benzema con un centrocampista de pulmón, Valverde, aun a costa de dejar como falso nueve a ¡Modric! Tras la derrota en Cornellà juró que no volvería al 4-4-2… y cumplió a su manera con una decisión catastrófica. La primera de muchas. Quizá pensó en una maniobra de distracción, porque el croata fue cambiándole intermitentemente el papel a Valverde. Resultó un completo desastre. El Madrid perdió un delantero y un centrocampista en el mismo movimiento. La dramática conclusión es que el equipo necesita dos Modric. A Xavi le atacó la precaución en la derecha. Alves le pareció poca cosa para tapar a Vinicius, la gran baza del Madrid, y colocó ahí a Araújo, el mejor centinela de su plantilla.
Tanta mediciona preventiva se quedó pronto en nada, porque el Madrid creyó encontrar el partido que le convenía, el del vértigo y los espacios. Una locura. La apuesta del Barça es extrema. Todo pasa por robar pronto y arriba. Si no funciona esa frontera entra en pérdida. Pasó durante diez minutos y ahí le buscó el Madrid de Vinicius y Rodrygo. La tormenta blanca (negra esta vez) contra la lluvia fina azulgrana (cuatribarrada para la ocasión). Un espejismo antes del baño.
Empieza el baile
Antes del primer cuarto de hora se contabilizaban tantas ocasiones como en media docena de clásicos tácticos. Rodrygo disparó al lateral de la red, Ter Stegen le sacó una a Valverde, Courtois dos a Aubameyang y Dembélé, a Ferran le faltó un palmo en una rosca… El ritmo era el de prórroga de final de Copa, sin exageraciones. Y con tres futbolistas pasando un mal rato: Carvajal, fuera de punto, incapaz de sujetar a Ferran Torres; Araujo, víctima de la velocidad de Vinicius, y Nacho, una barrera invisible ante Dembélé.
La situación invitaba a desatarse porque uno y otro tenían poco que perder, pero la cosa fue sosegándose. Aquello inclinaba el campo contra Courtois y así lo entendió Modric, que comenzó a retrasarse para aplicarse en la salida de la pelota.
En esas andaba cuando el Barça tomó ventaja. Fue en un arranque de Dembélé, que hay días que es viento de cola y otros viento de cara. Dejó atrás a Nacho y su centro lo cabeceó Aubameyang en el primer palo. Alaba pudo hacer más. El Madrid había dejado pasar su momento y el Barça, no.
El gol sacó definitivamente de punto al Madrid, sometido ante el juego de toque del Barça. Un dominio culé nada teatral, porque cada llegada culminaba en disparo o similar. Solo una vez salió del Madrid de esa jaula. Vinicius se quedó frente a Ter Stegen en carrera y primó el piscinazo sobre el remate. El Barça era tan superior que hasta se manejaba en un terreno muy del Madrid: el balón parado. Ahí llegó el segundo gol, cuando Araújo remató un córner entre los dos centrales del Madrid, parte activa también de la desbandada.
El desastre total
El remedio fue peor que la enfermedad. Ancelotti retiró a Carvajal y Kroos, metió a Camavinga y Mariano, dejó una defensa de tres… y todas las puertas abiertas a la goleada. Lo primero que se supo tras el descanso es que Ferran falló lo increíble ante Courtois y que se redimió un segundo después en asistencia de tacón de Aubameyang. Era un Madrid en versión harakiri, expuesto a una de esas palizas que el barcelonismo agita como banderas durante décadas (el 0-5 del 74, el 2-6 de 2009).
La defensa de tres duró tres minutos. Casemiro pasó a ser central tras el 0-3. El efecto fue inmediato: el cuarto gol del Barça, segundo de Aubameyang, que le había negado un asistente y le concedió el VAR.
Cada decisión de Ancelotti, que se corregía a sí mismo, abría más la herida. Y la vergüenza torera del equipo tampoco ayudaba. En su intento por maquillar el desastre se destapaba con más frecuencia atrás. Y el Barça, que celebraba hasta cada disputa ganada, llegaba sin oposición ante Courtois, el mejor del Madrid. De ese tamaño era el baile.
En los últimos veinte minutos se abandonó el Madrid y le abandonaron las fuerzas al Barça. Quedó entonces un partido fantasma, con medio estadio ya vacío. El equipo de Xavi había saldado su deuda con creces y puede hasta fantasear con la Liga. Y el Madrid, de luto hasta en el uniforme, se marchó con un boquete en el ánimo de consecuencias imprevisibles. Derrotas así escuecen mucho en el palco. Avisado queda Ancelotti.