Origen y significado de las procesiones de Semana Santa

Procesión Vía Crucis en Centro Histórico de San Salvador
Durante la Semana Santa la Iglesia Católica recuerda los últimos días de la vida de Jesucristo, desde la entrada triunfal en Jerusalén y su pasión, hasta la resurrección que simboliza el triunfo del hijo de Dios sobre la muerte.
De esta forma, se pasa de una celebración marcada por el luto, el silencio y la solemnidad, a la alegría desbordante simbolizada en las flores o los colores claros de las vestiduras.
Las procesiones como rito religioso, es decir, como una manifestación de culto público a la divinidad, se encuentra en todos los pueblos y religiones.
En los primeros siglos de la era cristiana fue muy común ver reunidos a los cristianos, aun en tiempo de persecución, para llevar en procesión a los cuerpos de los mártires hasta el lugar de su sepulcro; así lo cuentan las Actas de los martirios de S. Cipriano y de otros muchos.
Pronto los fieles comenzaron a acudir en peregrinación a visitar los Lugares Santos: Belén, Jerusalén, etc. (hay testimonios explícitos ya en el s. III)
En Roma las procesiones de las ‘Estaciones’ donde el Papa celebraba la liturgia en las grandes solemnidades. En Jerusalén, la peregrina Eteria habla de cómo toda la comunidad, los días señalados (como el Domingo de Ramos, por ejemplo), marchaban en procesión a uno de los Lugares Santos (Calvario, Monte de los Olivos, etc.) para conmemorar un acontecimiento de la salvación y celebrar después la Eucaristía. Y así hay un sinnúmero de testimonios desde los primeros siglos cristianos de la costumbre de celebrar procesiones.

En la Edad Media continuó la práctica de celebrar procesiones públicas. Los protestantes atacaron fuertemente esta costumbre, por eso el Concilio de Trento aprobó tan laudable costumbre. Después de Trento, los papas han mandado celebrar en diversas ocasiones procesiones públicas.

Según los católicos, las procesiones ponen de manifiesto el gran misterio de la Iglesia en constante peregrinación hacia el cielo.

Además de esto,  los feligreses dicen que las procesiones son un acto de culto público a Dios, que al mismo tiempo lleva consigo un carácter de proclamación y manifestación externa y pública de la fe.