La historia del popular chef español que terminó preso por un escalofriante femicidio

Agencias

Fue la suya una carrera meteórica como «chef» de platos regionales. Se hizo famoso en televisión, desafió a los grandes cocineros españoles, sembró el país con sus restaurantes hasta que terminó siendo detenido por descuartizar a su novia y esconder el cuerpo en una valija.

Así se resume la historia del cocinero estrella cuyo final nadie esperaba.

César Román Viruete, asturiano, de 45 años, de baja estatura y cara de niño, ganó fama de modo meteórico al hacer popular un plato de la cocina regional de su tierra: el Cachopo, una especie de milanesa doble que en el medio lleva jamón y queso y que se suele servir con papas fritas.

En menos de dos años, el cocinero inundó las pantallas de televisión con su plato estrella. Abrió cinco restaurantes y compró una decena de motos con las que el «cachopo» llegaba, calentito, al domicilio de quien lo pidiera. Hasta llegó a posar en una foto con el expresidente Mariano Rajoy.

Pero, hace un mes, Román desapareció, dejando atrás un reguero de deudas impagas. Desde personal contratado hasta proveedores, decenas de personas fueron estafadas.

Su novia, la hondureña Heidi Paz, de 25 años, desapareció al mismo tiempo. La primera teoría fue que ambos se habían fugado juntos dado el caudal de compromisos financieros de Román.

Pero no. Las novedades fueron dramáticas: el cuerpo de Paz apareció descuartizado dentro de una valija. Troceado por alguien que sabía muy bien cómo hacerlo.

Nueva identidad

Tras semanas de fuga, Román fue detenido hoy en un pequeño restaurante de Zaragoza, a dos horas de Madrid, donde había conseguido empleo como cocinero.

Había cambiado su aspecto para no ser reconocido. Pero su nuevo jefe, Gerardo, lo reconoció y se llevó el susto de su vida. «Jamás lo hubiese imaginado», dijo.

Esta mañana llamó a la Guardia Civil y, sobre el mediodía, las andanzas del mediático cocinero -devenido en presunto descuartizador- habían terminado.

Los españoles, sin embargo, siguen hablando del asunto y no tienen claro qué harán, ahora, con el cachopo que les metieron en sus casas.