RELATO | Un hombre ‘fugazmente’ me manoseó, eso fue agresión

Boceto elaborado por una niña de 10 años luego de explicarle sobre el manoseo y de cómo debe cuidar su cuerpo

Por Liset Orellana

Este es el testimonio de una mujer salvadoreña que fue agredida cuando era niña. Contado en primera persona, buscamos reflejar lo que a diario sucede en nuestro país.

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Me presentaré ante ustedes como Dalia y quiero contar lo que me sucedió hace años cuando era una niña. Ahora soy una mujer adulta, con un matrimonio estable, soy madre de dos hijos pero es momento de hablar sobre algo que no es de mi agrado.

No recuerdo con exactitud cuántos años tenía, quizás entre los 12 y 13 porque la malicia para ese entonces no formaba parte de mi personalidad, no me importaba en lo absoluto, es más, me molestaba que siendo tan chica tenía senos voluptuosos que trataba de esconder encorvándome y vistiendo camisetas largas y holgadas.

Y ahora que lo pienso, lo hacía porque tenía miedo. Me asustaban, de verdad me aterraban ‘las cuenteadas’ obscenas de los hombres que trabajaban en un taller cerca de mi casa cuando vestía con una blusa ajustada, simplemente no lo soportaba.

En ocasiones tenía que pasar por ese lugar y prefería cruzarme la calle para evitarme el mal momento ¡Qué locura! Era un niña por el amor de Dios, y de seguro muchas otras lidiaron con aquello.

En casa yo tenía la responsabilidad de ir por el pan francés todas las tardes. Lo hacía con gusto porque la vendedora era mi amiga. Todas las tardes la chica colocaba su gran canasto de mimbre a la vuelta de la esquina y así se ganó la vida por muchos años.

Era de tarde, el sol tenía ese color naranja que por esos años era más notable y radiante. Tome el dinero para ir por el pan y salí de casa. Iba con mi típica camiseta holgada, la falda de mi uniforme que llegaba hasta en medio de las rodillas y los zapatos del colegio.

La venta de pan estaba a ocho casas de la mía, pensaba que nada podía pasarme estando tan cerca de mi hogar, de mi familia. Mientras caminaba, acostumbraba a jugar con las monedas que llevaba adentro de la bolsa de la falda de mi uniforme.

Iba caminando por la tercera casa vecina cuando vi a un muchacho que venía en sentido contrario en la acera. De inmediato me percate de su mirada.

Me miró con lujuria, como quien mira a una presa fascinante para cazar, todo sucedió tan rápido que en un segundo lo tenía frente a mí, se inclinó para decir algo que no recuerdo y tocó brutalmente mi vagina.

Avanzó por la acera igual de rápido -como si nada- y apenas pude voltear para gritarle -¡estúpido!

Llegue a casa con el pan francés, lo tiré en la mesa del comedor y con un ataque de llanto y desconsuelo busqué rápidamente a mi mamá para contarle lo sucedido. No podía ni siquiera expresarme en palabras, lo que me había sucedido me superaba y me sofocaba.

Era una niña y nunca nadie había tocado mi cuerpo y mucho menos mi intimidad. Sí, el manoseo sucedió por encima de la falda de mi uniforme pero a todas luces fue una agresión y me sentí agredida.

Mi agresor fue un tipo joven, quizás de unos 19 años, extremadamente delgado, un poco alto y de cabello largo y oscuro. Jamás olvidaré su rostro aguiñado, ni su expresión  lasciva. Nunca lo olvidaré.

Ahora, estoy por cumplir 40 años y me siento más plena que nunca, más feliz conmigo misma, más realizada siendo como soy y sin complejos tontos. Pero no quiero que mi hija pase por una situación similar o peor que la mía.

No quiero que mi hija tenga miedo de caminar por la acera, de ir a la tienda, de ir por el pan con el miedo de que alguien pueda agredirla, no quiero que mi hija tenga miedo de ser mujer.

Las cosas han cambiado, lo reconozco, pero en la calle siguen esos hombres agresores que buscan niñas indefensas para satisfacer sus instintos retorcidos. Por ellas, por nuestras niñas, se deben crear leyes fortalecidas para evitar más agresiones.