Soy salvadoreña porque

Como pupusas con tenedor. No sé quién es Alfredo Espino y me parece superdespectivo eso de ser “el Pulgarcito de América”. Odio el fútbol y no entiendo ni por qué apoyan a “la Selecta” si pierde a cada rato, y por qué de todas formas tiene más apoyo económico que la de fútbol playa si dicen que les va mejor en los torneos. Nunca he oído el Himno fuera de nuestras fronteras, pero no creo que me vaya a emocionar cantarlo. ¿La Oración a la Bandera? Pues la repetía si alguien más la recitaba, pero no me acuerdo ni cómo empieza.

Nací aquí pero nunca he entendido de qué podemos estar orgullosos. No veo nada que nos una ni algo que nos alegre, sobre todo en estos días, cuando uno de los periódicos de mayor circulación nacional tituló su portada con “Cinco personas desaparecen cada día en El Salvador”. Pienso y de veras no se me ocurre. ¿En la música? ¿En el deporte? ¿En la política? ¿En la literatura? Conozco a tantos amigos (o no tan amigos) que se fueron porque aquí no podían vivir trabajando de lo que querían, o con la persona que querían, o del modo en que querían. Es por eso que cada cierto tiempo suelo preguntarme por qué quedamos tantos aquí adentro, y de un solo me acuerdo que tampoco es tan sencillo empezar en otro país.

Y, entonces, porque sí, me acuerdo de ese volcán, cuya forma alargada me ha parecido en estos días un león echado (sin cabeza), que pareciera contemplar cada mañana esta capital: su belleza, reverdecida tras las lluvias, me hace saber que estoy en casa. Y alguna vez al verlo, o al ver los demás volcanes, cuando menos me doy cuenta ya me parece estar escuchando sobre “ríos majestuosos / soberbios volcanes / apacibles lagos / cielos de púrpura y oro”. Y aunque no he saludado la patria orgullosa afuera de nuestros veinte mil kilómetros cuadrados, confieso que antes de cada partido de la Selecta mi rito favorito es pararme frente a la tele y entonar las notas de nuestro (sagrado) Himno Nacional. Y aunque me duela, aún confío en que haya alguna Alemania que sí le meta más goles a algún Brasil y nos quiten el récord de la selección más goleada en un mundial… y sueño, qué puedo decir, con ver un Cuscatlán de arena para nuestros cangrejitos playeros. Y veo pasar en el Facebook el estado de un joven director de orquesta que recita “¡Dos alas!… ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo? / Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido” sin colocar el autor, porque (presumo) cualquier salvadoreño sabe que es Alfredo Espino. Y me llena de orgullo pensar que somos un país pequeño donde caben un volcán que fue faro para el océano Pacífico, una Joya de Cerén que es de los pocos sitios arqueológicos en el mundo que muestran la vida cotidiana de sus primeros pobladores, y artistas tan diversos como Claudia Lars, Salarrué, Hugo Lindo, Jorge Galán, Claudia Hernández, German Cáceres, Juan José Gómez, Prueba de Sonido, y cabemos todos “Los nietos del jaguar”, como dijo Pedro Geoffroy Rivas. Y me encanta la certeza de que mi plato nacional no requiere de cubiertos para ser degustado a cabalidad.

Y sé que por cualquiera de esas razones soy salvadoreña. Pero me sigo preguntando por qué, porque sé que “la salvadoreñidad” no es solo eso, y me he estado preguntando además de qué me sirve esa salvadoreñidad. Qué hago yo con ella frente a esos titulares de periódicos que hacen que uno quiera irse fuera, lejos, muy lejos de aquí. Y sobre todo, me sigo preguntando qué nos alegra y qué nos une en estos días (tan violentos, tan aterradores), cada vez más cerca de un nuevo septiembre y cada vez más cerca del segundo centenario de la independencia de nuestra República. Y me da por preguntarme qué símbolos nos unirían para sentirnos orgullosos en ese aniversario.

Esos son algunos de mis porqués. ¿Cuáles son algunos de los suyos? ¿Usted es salvadoreño porque…?