Licencia para escribir – La ética en la profesión

¿Cuándo no queremos que la libertad de expresión tenga límites?

Quizá este es un tema muy trillado en nuestras sociedades, si somos periodistas de profesión, o actualmente en la sociedad de la información redactores empíricos, siempre estamos abogando por el derecho a la libertad de expresión.

Los argumentos van desde que informando se realiza un servicio social, que el redactor es un observador, que el periodista es un ente que denuncia, etc. Son muchos los argumentos que usamos, pero lo que ahora quiero traer a colación desde mi profesión, es ¿Dónde está entonces el límite? ¿Quién lo define? actualmente ¿Quién lo regula? y ¿Dónde está la ética?

Todas estas preguntas me vienen a la mente después de conocer por medio de las redes sociales y medios de comunicación el circo mediático del caso del intercambio de bebés que se dio en un conocido hospital privado de nuestro país.

En este incidente uno se puede dar cuenta que gracias al poder de lo que escribimos y decimos un médico puede ser condenado culpable sin haber sido vencido en juicio como establece la ley, que comunicadores pueden emitir sus juicios dejando de lado la objetividad que rige la profesión, que la angustia de una madre puede ser ridiculizada en memes, que el derecho de un menor a que se le proteja su identidad se olvida por completo siempre y cuando sea en pro de comercializar con morbo y que la noticia que más vende no es la de interés nacional, si no la que sirva de circo para el pueblo.

En países como en los Estados Unidos, la Libertad de Expresión y sus límites están garantizados en la Primera Enmienda de su Constitución y estos se interpretan de una forma que a mi me parece lógica (y recalco desde mi punto de vista ) y es que la libertad de expresión debe ser ponderada frente a otros valores.

Siguiendo entonces la interpretación que los derechos de las mayorías tienen un límite y este tiene que estar plasmado en un ley que nos proteja a todos y preserve los valores intrínsecos que tenemos como seres humanos. Derechos como a la privacidad, al buen nombre o el derecho a la propiedad pueden entonces “restringir” mi derecho a la libertad de expresión.

No puedo denigrar o hablar mal de nadie sin pruebas, no puedo exponer al ojo público a un menor de edad o publicar las declaraciones de una fuente que utiliza su derecho a la privacidad para no hablar o exigir que no se usen sus palabras y sobre todo no puede invadir propiedad privada con un drone para obtener unas imágenes.

Todos estos derechos u otros que no he mencionado, son y deben ser tomados en cuenta a la hora que se escribe. Todo se resume en que, no puedo hacerle al otro lo que no me gustaría que me lo hicieran a mi.

Si bien es cierto en nuestro país no contamos con la Primera Enmienda, si contamos con una constitución que a la larga se vuelve nuestra herramienta fundamental y por supuesto contamos con lo más importante, el poder elegir aplicar la ÉTICA COMO NORMA DE CONDUCTA EN LA PROFESIÓN.

Es la ética lo que nos da la pauta de lo que está bien o mal, es la ética la que marca la diferencia de una persona que es profesional, en todo el sentido de la palabra, de otra que cree que es profesional solo porque obtuvo un título y que ese título le da licencia para denigrar a otros, distorsionar la realidad o ser irresponsable a la hora de tratar sus fuentes.

Cuando pienso en el poder que tenemos actualmente con la sociedad globalizada, que nos permite hablar y opinar sin filtros también pienso en la necesidad de regulaciones específicas por país para proteger nuestra integridad moral y porqué no decirlo física. La falta de ética es como un cuchillo que daña a quien no sabe usarlo y a quien está cerca del que lo usa mal.

Entonces, frente a todos estos hechos vuelvo a preguntar ¿Dónde está entonces el límite? ¿Quién lo define? y actualmente ¿Quién lo regula? ¿En qué momento se protegió la identidad del menor? ¿dónde está el derecho a la intimidad? y lo más importante ¿en qué momento perdimos el respeto por nuestro semejante?