El espíritu navideño, el espíritu salvadoreño

En una esquina sobre la 1ª. Calle Poniente suena la “Negra Caderona” del difunto Aniceto Molina, más abajo, Pastor López y el “Ausente”. En la calle Arce, un hombre vestido con un traje de Santa Claus muy desgastado da la bienvenida a un “Shopping Center”. Quedan pocos días para navidad y el centro capitalino comienza a convertirse en un nido de “hormigas locas”. Sin duda el “bendito” espíritu navideño ha emborrachado ya a los salvadoreños.
Pido disculpas por el término “hormigas locas”, pero es la mejor forma que encuentro  para describir ese maravilloso fenómeno que es propio y legítimo de salvadoreños y que se repite cada diciembre, sin importar que tan pésimas y desalentadoras sean las circunstancias.
A mi edad, la ilusión del estreno cada 24 o 31 de diciembre ha pasado a un segundo plano, pero obviamente ese alboroto que la gente arma por el estreno, por dar una manita de pintura a sus casas, las luces y las uvas, también me despiertan la ilusión de niño grande.
Estoy convencido que el árbol de navidad con sus brillantes luces es una tradición importada, pero también estoy seguro que en ningún lugar esas lucecitas son tan emotivas como en El Salvador. No en vano enferman de nostalgia a nuestros “Hermanos Lejanos”; esos mismos inundan el aeropuerto salvadoreño cada diciembre.
Todavía recuerdo con tristeza el llanto amargo de mi hermana Gladys al despertar de su “sueño americano” y saberse que pasaría por primera vez una navidad fuera de su terruño y lejos de los suyos.
Un texto en Internet que se le atribuye al maestro Gabriel García Márquez describe al salvadoreño como una persona que bebe en la misma copa la alegría y la amargura. Que hace música de su llanto y se ríe de la música; y más aún que toma en serio los chistes y hace chiste de lo serio.
Y no es mentira, el salvadoreño hoy lamenta la cifra de muertos a raíz de la delincuencia, y al siguiente día festeja en una discoteca, o celebra un triunfo del Barcelona sobre el Real Madrid en un bar de “mala muerte”.
Hoy se queja porque no tiene para pagar la factura de luz y agua, y madruga para hacerse de una pantalla plana en el “Black Friday”. Hoy le pagan y al siguiente día lleva a la familia, la suegra y la vecina al “food court” del centro comercial.
Así es el espíritu del salvadoreño, capaz de hacer chiste de su propio rostro, de celebrar cuando gana su equipo preferido y también cuando pierde; de gastar todo en navidad y quedarse a prestar para comprar los útiles escolares de sus hijos.
Por este espíritu de lucha y despreocupación.  Por ese espíritu navideño y muchas cosas más  es que jamás renunciaría a ser salvadoreño. Lejos, quien no extrañaría el sonido de los cuetillos, el olor de las quesadillas recién salidas del horno artesanal, o una suculenta gallina india asándose a las brasas.
Yo sí.