¿Dónde estamos los buenos?

El Salvador, el tercer país más violento de América Latina, es al parecer la marca país que ostentamos frente a los ojos del mundo y para respaldar ese hecho está la Organización Mundial de la Salud y Los Cuerpos de Paz de Estados Unidos y periódicos internacionales. Todo un logro para una marca en construcción, tener tantos referentes que den fe de lo que sucede dentro.

Lástima que en ningún momento para la construcción de esta imagen se ha tomado en cuenta o ha surgido algún o algunos referentes internos que puedan equilibrar la balanza. Los que podemos cambiar la percepción estamos asustados.

La marca país, es el término que en publicidad ocupamos para medir la reputación e imagen de un país, es la que da el valor agregado o concede un aval que respalda la calidad de todo aquello que sale de nuestras fronteras. Los parámetros de medición van desde la cultura, pasando por otras variables como el deporte, carisma y otros, hasta llegar a los organismos públicos. Es una lástima entonces que en el caso de El Salvador todos los parámetros estén teñidos de sangre y miedo.

Para que un país se proyecte como marca a veces deben pasar años y esto conlleva una ardua labor que mezcla publicidad y una buena estrategia de comunicación (desde su lanzamiento hasta el trabajo de sostenimiento) en el caso de El Salvador solo han hecho falta unos cuantos, no es que no punteáramos anteriormente en la lista de los países más violentos, es que cuando la cifra oscila entre los 25 muertos diarios iniciando el 2016 , con predicción a sostenerse y aumentar, la realidad se torna preocupante.

Nuestro posicionamiento en el “Top of mind” de los públicos internos y externos es una imagen negativa, en la cual predominan los términos violencia y muerte; los medios en el exterior es lo que perciben y ven legitimado en las declaraciones de figuras públicas locales, prueba de esa proyección es que periódicos como el USA Today han nombrado a El Salvador “la nueva capital de la muerte del mundo”.

Dicho artículo plasma un país en crisis y sumido en la nada, nunca se menciona lo que somos y hacemos los salvadoreños trabajadores y honrados, los que somos mayoría y nos hemos quedado acá trabajando en este bello país, pero si da con lujo de detalle lo que hace una minoría que se ha encargado de sembrar terror y mantenernos a los buenos encerrados y a algunos migrando.

La diáspora salvadoreña, no se cansa de repetir allá donde está que en El Salvador ya no se puede vivir, los que vivimos aquí no decimos nada y lo peor, tampoco hacemos nada porque nos hemos dejado convencer que una golondrina no hace verano y tememos por nuestras vidas o la de nuestros seres amados.

Yo soy de las personas que piensan que los buenos somos más y que no es justo que se nos etiquete y que nuestra imagen se base en las estadísticas de muerte (las que son alarmantes) y según nuestra autoridad solo en el 2015 fueron 6,670 las personas víctimas de homicidios e iniciamos este 2016 con 400 (hasta el 18 de enero). Sin embargo tengo que reconocer que cuando el río suena es porque piedras lleva y que la realidad cuando estás asustado es difusa.

Reconozco que cuando salgo a trabajar o regreso en mi ruta, por lo menos 2 veces por semana veo a una o dos personas que han perdido la vida víctimas de homicidios. Y eso no es normal, en ninguna sociedad lo es. Al respecto hay un sin fin de argumentos como que se matan entre ellos, que no son muertes al azar, que fue error.

Pueden decirme muchas justificaciones pero el hedor a muerte y la impunidad no tiene excusa, tampoco tiene excusa que esos 6,670 muertos del 2015 en su mayoría sean población en edad productiva.

Los ojos del mundo ven a El Salvador como un país violento y no importa cuántas campañas publicitarias haga el Ministerio de Turismo para promoverlo como destino, esas campañas no pueden ocultar una realidad que se nos ha salido de las manos o mejor dicho se nos ha salido del país.

Para los salvadoreños que vemos con preocupación como día a día nos bombardean con imágenes y noticias de muerte (que son reales porque independientemente del enfoque o medio que las muestre, están ahí) se me vienen las palabras de Edmund Burke, político y primer crítico de la Revolución Francesa, quien escribió que “lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada”.

¿Dónde estamos los buenos? Y ¿dónde están nuestras acciones por regresar la dignidad y la imagen a El Salvador?, ¿por qué callamos?, ¿por qué dejamos que hablen por nosotros?

Si queremos cambiar la imagen de El Salvador, lo que incluye a los salvadoreños, debemos tomar acciones. No necesariamente con un arma. Si migra porque no le quedó de otra, trabaje, no llegue a otro lugar y se reviente con alcohol e infrinja todas las leyes, demuestre quién es y de qué está hecho el salvadoreño.

No solo hablemos de lo malo, también hablemos de lo bueno, enfoquemos nuestra comunicación en generar un cambio con acciones no solo con quejas publicadas en redes sociales y que dichas publicaciones digan: vengan, trabajemos. Eduquemos a nuestros hijos e inculquemos en ellos el valor de la paz, del trabajo digno y el temor a Dios y no esperemos que en la escuela los eduquen, prediquemos con el ejemplo.

Ayudémonos y sobre todo aprendamos de los errores.

El trabajo de los buenos es lo que genera cambios en las sociedades y cambios en la proyección de imagen, una imagen puede mentir, una acción no.