El roble del trueno de Thor: la leyenda urbana del siglo VIII que dio origen al árbol de Navidad

La mayor parte de las tradiciones navideñas que hoy damos por hechas se iniciaron con una leyenda urbana, una mentira o una campaña de publicidad. El árbol de Navidad no es una excepción. El tradicional abeto decorado con bolitas tiene, eso sí, un origen insigne. Se lo debemos a Thor.

Según el historiador Bill Petro, autor del libro Historia de la Navidad, la primera referencia al árbol navideño data del siglo octavo. En esa época, el beato británico San Bonifacio viajó a Alemania para enseñar la palabra de Dios a los paganos. Dice la leyenda que cuando llegó a la primera aldea (en lo que hoy es Hessia, cerca de Francfort), encontró a los germanos a punto de sacrificar a un niño pequeño frente al árbol del Trueno de Thor. Otras versiones hablan del árbol del Trueno de Odín, pero todo queda en familia igualmente.

Bonifacio, enfurecido, cortó el roble pagano con un solo golpe de su hacha (en otras versiones recoge el hacha en la misma escena, pero es mucho más divertido imaginarlo portando hacha propia) e impidió el sacrificio. Según la leyenda, del tocón del roble brotó un pequeño abeto y Bonifacio explicó a los germanos que ese era el auténtico árbol de vida de Cristo. De nuevo, otras versiones dicen que el abeto ya estaba en los alrededores, lo cual es mucho más probable, pero menos épico.

En los siglos sucesivos la leyenda del abeto se unió a otra que decía que Cristo había nacido en pleno invierno y que, en el momento de su nacimiento, los árboles perdieron la nieve y reverdecieron de nuevo. Para conmemorar ese detallazo de la madre naturaleza, los católicos de países como Alemania comenzaron a decorar los abetos con manzanas (la fruta de Adán y Eva según la tradición católica). Esa es también la razón por la que las bolas rojas son uno de los adornos más extendidos.

La siguiente referencia clave sobre el árbol de Navidad la protagoniza el principal impulsor de la reforma religiosa en Alemania, Martín Lutero, en el siglo XVI. Se dice que Lutero introdujo la costumbre de decorar el árbol con velas. El teólogo volvía de dar un vivificante paseo nocturno y trató de describir a su familia la belleza y quietud de la luna reflejándose sobre la nieve en los árboles. Al no conseguirlo, El bueno de Martín se frustró un poco, salió otra vez, cortó un pino y lo decoró con velas. Uno casi puede imaginarlo diciéndoles a sus retoños: “¡Así, demonios! ¡Era tal que así!”.

Sea o no auténtica la leyenda de Lutero y las velas, lo que sí es cierto es que para el año 1550 ya existen numerosas referencias comerciales sobre la venta de abetos y su decoración por Navidad. El manuscrito de 1605 de un comerciante de Estrasburgo describe la costumbre de decorar los abetos con rosas de papel de colores, manzanas, velas, galletas y azúcar.

Ya en 1841, el príncipe Alberto de Alemania popularizó la tradición del abeto tras su matrimonio con la Reina Victoria de Inglaterra. Hasta el mismísimo Charles Dickens se hizo eco de la tradición importada utilizando la expresión despectiva: “El Nuevo juguete Alemán”. Hoy en día, el autor de Cuento de NavidadDavid Copperfield probablemente se hubiera quejado usando el canal oficial para quejas, que es Twitter.

Ya en el siglo XX, el árbol de Navidad cobró un repentino auge en Estados Unidos gracias a un detalle que evitó muchos accidentes: la iluminación artificial.

En 1894, el presidente Grover Cleveland decoró por primera vez el despacho oval de la Casa Blanca con un abeto dotado luces artificiales. La idea causó sensación. A día de hoy es raro el país que no haya incorporado en su Navidad el árbol que San Bonifacio señaló como sustituto al roble de Thor. Nos despedimos con el mejor adorno casero para el árbol que vais a encontrar y que conmemora la mejor película navideña que se ha hecho jamás.

Tomado de Gizmodo