Rosita de Chávez, propietaria de “Conchas Rossy”: “Mi clientela creo me es más fiel que mi esposo”

Por Santiago Leiva

A lo lejos me advierte con mirada seria que todavía no es la hora. Y de hecho no la es, son las 10:45 a.m. y me prometió audiencia para las 11:00 de la mañana. Doña Rosita no es juez, alcaldesa o diputada, pero su trabajo demanda tiempo y la clientela no espera. Es la dueña de “Conchas Rossy” y aunque otra en su lugar, quizá estaría en una oficina con aire acondicionado ese jueves me la encontré haciendo lo que hace desde 1977: abriendo conchas que luego pasarán a ser un suculento cóctel. Dejó el quehacer,  me invitó a que pasáramos a un mesa y acto seguido soltó la pregunta a quemarropa: ¿de qué íbamos a hablar?

Le expliqué que quería contar su historia, que la gente conociera su emprendedurismo  y su lucha contra el cáncer del que salió bien librada hace unos años. Accedió y finalmente tuvimos una platicadita que duró no más de una hora, pero que alcanza para contar como con trabajo y sacrificios se puede salir adelante.

Doña Rosita comenzó su negocio con 25 conchas, un par de platos, y ahora tiene la coctelera más famosa de todo el Mercado Central. “Comencé a vender cócteles de camarones y así fui ideando poco a poco poner cócteles de caracol, de calamar, ceviche de pescado. Ahora ya no solo vendo cócteles sino que también vendemos pollo, gallina, costilla de cerdo, carne asada, camarones al ajillo. Vendemos de todo” dice. Y es que ella, afirma, que ya traía la sangre de negociante desde que era una niña cuando en su tierra natal salía a vender aguacates y huevos de gallina.

“A mí desde pequeña me ha gustado el dinero”. Y al preguntarle por sus estudios no duda en contestar que apenas sacó el cuarto grado, pero que no hay cuenta que no pueda ejecutar. “Hasta cuarto grado saqué, pero nadie me engaña. Los números los puedo poner al revés, de cabeza, de lado,  pero como se sea le hago las cuentas y todo me sale cabal”, advierte. Ve la hora y se da cuenta que ya falta poco para las 12:00 y que debe seguir preparando el almuerzo, el tiempo se ha ido entre canciones de Pedrito Fernández, Marco Antonio Solís y otros; y justo cuando se levanta de la mesa comienza a sonar “La Sopa de Caracol”, pero ella lo que debe preparar y tener listos son cócteles de concha y otros. Doña Rosita, nuestro personaje de la semana, en el mes de las madres.

Literalmente ha encontrado perlas en las conchas, ha sido el negocio de su vida…

Sí ok, bueno esto es una herencia que mi mamá comenzó desde allá por 1973, y desde 1977 ella me fue enseñando a trabajar. Yo empecé a trabajar con una base de 65 colones que me dio mi esposo. Así fue como comencé a vender coctelitos, y como aquí no se podía tener cocina me llevaba los camarones a cocerlos a la casa. Comencé a vender cócteles de camarones y así fui ideando poco a poco poner cócteles de caracol, de calamar, ceviche de pescado. Ahora ya no solo vendo cócteles sino que también vendemos pollo, gallina, costilla de cerdo, carne asada, camarones al ajillo. Vendemos de todo.

¿Cómo se relaciona su familia con las conchas, con los cócteles, tenían algún negocio de pescado?

No, mi mamá comenzó con cócteles en aquellos tiempos. Eran coctelitos que se vendían en la calle porque los municipales le pegaban y le botaban los cócteles. Ella vivió una aventura bien grande.

¿Usted vivió eso como niña?

Yo me quedaba cuidándole el puestecito a ella, ella trabajaba donde ahora es el  mercado Sagrado Corazón, en aquel tiempo se le decía el Mercado Cuatro. De ahí nos pasamos para el Mercado Central.

¿Su mamá vendía en la calle y usted cuidaba el puesto? 

Cabal, pero eso fue allá por  1971, 1972, 1973. Ya cuando hicieron el Mercado Central la mandaron para acá y ya tenía un lugar en el que la gente la buscaba.  Con el tiempo esto ha ido creciendo poco a poco, no ha sido de un día.

¿Imagino inicialmente no fue fácil para usted?

Bueno yo comencé vendiendo cócteles, conchas enteras y de todo, y si me iba mal en una cosa en otra ganaba. La cosa era seguir adelante.

Al final le pego el negocio…

Sí, hemos vivido de esto y de esto estamos viviendo nosotros. Ahora gracias a Dios ya no estoy sola yo tengo varias personas que me ayudan, ya es una fuente de trabajo para otras familias. Ahora ya no solo la Rosita saca conchas, están mis hijas también y tengo personal que labora en la cocina y meseros.

¿Qué es lo que más le consto al momento de emprender?

Mire la verdad de las cosas que cuando uno quiere uno mismo se aprende la receta. Aquí  la clientela demanda que quiere y uno debe complacer.  A mí me ha gustado darle atención al cliente. Que el cliente me diga: buenas Rosita ¿que tal?, ¿que me tenés?. Eso me ha encantado. A mí la gente me ha apreciado, y ahora como madre. Yo siento que aquí la gente me ve como familia. Me tienen un gran aprecio, los clientes sea como este el tiempo no me dejan. La clientela me es tan fiel que yo creo que son más fiel que mi esposo. Mis clientes son fieles.  Yo estuve enferma en un tiempo y ellos siempre estaban pendientes de mí. Fíjese que se quemó  el mercado ahí por 1999 y no me dejaron.

¿Cuénteme esa experiencia, le tocó empezar de cero?

Sí, esa vez que se quemó el mercado empezamos de cero. Yo no estaba acostumbrada a estar en la calle y era como estar a la deriva, era andarles llorando a los administradores que me dieran un pedacito. Fue difícil para nosotros porque para comenzar no nos dieron ninguna ayuda. En ese tiempo estaba de (Alcalde) Silva, y a nosotros no nos mandó a hacer pero ni champa. Llovía, nos caía el agua y los clientes ahí mojándose.

¿Estaban en la calle?

No, estábamos en la Plaza San Vicente de Paúl, pero estábamos a la deriva en un parqueo.

¿Qué pasó por su mente cuando su herencia, su negocio se reducía a cenizas?

En la parte de nosotros no se logró quemar mucho, pero no se podía entrar. Ahí en la plaza fue sufrir sol y agua, pero cuando entramos al mercado yo les dije a mis hijos: ahora si nos vamos a levantar. Yo ya no aguantaba estar allí. Fue un alivio entrar al mercado y ya aquí poco a poco hemos ido creciendo. Entre con tres puestos, y ahora hay como 12. Hay más creo yo, pero a mi no me gusta andar contando que tengo aquí que tengo allá, me gusta pensar como era antes.

¿Cómo era antes, cómo fue su vida de niña?

A mi desde mi niñez mi mamá me enseñó a trabajar. Yo vengo del campo, y le digo que la vida de campo fue la más maravillosa que tuve. En el campo se vive feliz con el simple hecho de absorber el aire puro, no es agitable como la ciudad. Algún día voy a tener algo en el campo, porque yo el campo lo amo. Vivir en el campo es bello porque ahí se come de todo: vegetales, motates. Yo si quería pollos mataba uno, si quería pescado comíamos del Rio Jiboa.  Yo vivía aquí por San Juan Tepezontes.

¿Qué trabajos realizó siendo niña?

De niña en el campo me tocó mantener a los mozos. Echar tortillas, coser frijoles, hacer queso. Es que para sobrevivir mi papá cultivaba unos terrenitos. Eso no se compara a la vida de aquí. Como dicen uno puede estar en jaula de oro, pero la felicidad que tuve en mi niñez ha sido lo más maravilloso.

¿Por qué se vino para la capital?

Cuando crecí me vine con mi mamá, ella se había venido y yo me había quedado con mi Papá.

Pero porque decide cambiar esa vida de campo…

Lo que pasó es que mi mamá me trajo porque andaba de enamorada jajaja…

¿No estudio?

Como no. Hasta cuarto grado saqué, pero nadie me engaña. Los números los puedo poner al revés, de cabeza, de lado,  pero como se sea le hago las cuentas y todo me sale cabal.

¿Qué piensa del estudio?

El estudio es bueno para trabajar en la tecnología, para ser médico, abogado lo que se quiera ser y es bueno, pero no toda la gente trae para estudiar.

¿Cuándo se entera que tenía un don para el negocio?

A mi desde que comencé me gustó el mercado. Y desde chiquita me gustaba porque cuando yo estaba en el campo y era tiempo de aguacates yo me iba a venderlos, si habían huevos de gallina yo salía a venderlos. A mí desde pequeña me ha gustado el dinero.

¿No le ha hecho falta el estudio?

No. Como me acostumbre a estar en el negocio, no me ha hecho falta. Yo a las 6:30 estoy preparándome para venirme para el mercado.

Entiendo que tuvo dura experiencia con el cáncer…

Sí, fue en el 2009, ya para terminar 2009 me diagnosticaron cáncer de mama, y me operaron el 2 de febrero de 2010. El Doctor me daba un 70% que no iba a tener cáncer y yo llevaba esa idea que no iba a ser maligno, pero luego me dijo: hija has salido con cáncer. Cuando me dijeron eso yo le dije a mi hija, mirá hija llévame a la “Puerta del Diablo”, pero no crea que a tirarme sino a refrescarme. Y cuando yo estaba en la neblina decía: yo sé que con esta neblina que respire en el nombre de Dios sé que no tengo nada.

Me fui con ese lema y siempre decía yo se Señor que estás con migo, que por tus “llagas soy curada”. Así me hice todo mi tratamiento, quimioterapia, radiación. Yo me miraba al espejo y me reía yo solita porque se me había caído el pelo.  Quien sufría más era la familia, yo no, yo me reía y hacía bromas; y gracias a Dios aquí estoy. Sé que estoy aquí porque Él ha tenido misericordia de mí y tiene un propósito.

¿Tuvo momentos de debilidades ante la enfermedad?

Fíjese que nunca flaqueé. Yo en el Instituto del Cáncer tenía bastantes amistades y la gente me admiraba por eso. Con el cáncer lo que más se necesita es que uno tenga seguridad en sí mismo y el apoyo de la familia, además de la fuerza que le da el Señor a uno. Yo no me preocupaba por la enfermedad, yo me hice vaga, no pasaba en la casa.

¿Se iba a vagar?

Sí, yo me iba para los pueblos, me iba para los cantones, a los parques donde no hubiera mucha gente. Había veces me molestaba porque hay gente que cuando lo ve a uno pelón, como que lo discriminan. Yo cuando veo a alguien así lo saludo y le digo que yo he pasado por esa etapa. Uno que lo ha vivido entiende eso.

¿En su juventud que le gusto hacer?

Me gustaba jugar softbol, me gustaba bailar y cantar la música que salía de moda.

Usted es una micro empresaria ¿Cuál es su sueño a futuro?

Tengo grandes proyectos. Ponerles un restaurante a mis hijos es uno de mis sueños.

Acá no le va mal…

Gracias a Dios no, eso se llama bendición lo que nosotros tenemos.