La culpabilidad del cómplice en la historia de un feminicidio

Por Lenny Castro Argüello

El día que Karen murió, se levantó temprano en la mañana, se arregló para ir al trabajo y estoy segura que si hubiera sabido que era su último día de vida se hubiera puesto aquel vestido que le queda tan bien pero que nunca se ponía porque estaba esperando una ocasión especial; tal vez un día antes se hubiera puesto el tinte que quedó en una bolsa sobre la mesa del comedor y también estoy segura hubiera mandado a la mierda todos los regaños de su novio sobre que siempre usaba mucho escote.

El día que Karen murió pensaba que estaba enamorada, ella creía firmemente que los celos de su novio se debían al amor y que con un poco de esfuerzo ella le iba a transmitir a él la seguridad de que los sentimientos que le profesaba eran verdaderos. Ese día lo visitó en la casa que él compartía con su madre y estaba segura le iba a dar algo especial porque era un día especial, pero cuando llegó el estaba de mal humor porque unos amigos le habían mandado unas fotos de Karen almorzando con otro hombre.

Karen le intentó explicar que era por su cumpleaños y que un amigo la había invitado y que ella no vio nada de malo en ir a comer con éste, pero el novio no la escuchó. Antes de castigarla y sacarse la espina a golpes, la puso de rodillas y la obligó a pedirle perdón (eso lo contó la mamá de él), ella le aconsejó que lo hiciera para calmarlo y Karen lo hizo.

Pero después de todo el novio no estaba satisfecho y le propinó unas cuantas patadas en el estomago, las que la tiraron al suelo, ya en el suelo en las costillas y finalmente unas cuantas en la cabeza (estas últimas fueron las que se llevaron la vida de la mujer).

La madre del novio al ver que perdía el conocimiento se fue mejor a la tienda de la esquina para que ellos arreglaran sus problemas, en la tienda escucharon los gritos, pero no llamaron a la policía porque después de todo a la Karencita le gustaba que la trataran así. Según lo que dijeron algunos vecinos después de saber de su muerte, luego de estos episodios ella siempre volvía con él y después andaban más acaramelados que nunca.

Todos coincidían en que si ella estaba con él era porque le gustaba y que meterse era echarse de enemigo al novio y a la madre, quien siempre lo defendía porque él era un buen muchacho, inteligente y que hacía grandes sacrificios por ella. Tan bueno era que la madre lo defendió hasta cuando la policía llegó a traerlo por la muerte de Karen, tan bueno era que la madre le pidió a Dios que lo librara de cualquier condena.

Ella, Karen no debía hacerlo enojar si ya sabía como era el muchacho y si no quería que la tratara mal lo podía haber dejado. Para la madre y para los vecinos la culpa de que la mataran fue de ella. Lo que no contaban era que cada vez que intentó dejarlo la perseguía, la esperaba fuera del trabajo y amenazaba con matarla a ella y luego matarse él. Que siempre comenzaba un acoso sistemático por medio de llamadas, mensajes de texto, mensajes a través de amigos y borracheras culpa de Karen por supuesto.

Lo que no sabían y quizás nunca sepan es que todos los que se enteraron de las golpizas y callaban también participaron en el feminicidio. Sus manos están manchadas con la sangre de Karen. Lo que no quieren entender es que no hay justificación para cubrir a un abusador.

La musa de esta columna y todas las asesinadas por la violencia de género son víctimas de más de un hombre, son víctimas de una sociedad, son víctimas de un estado homicida que calla y excusa la violencia.

¿Qué importa si salía con otro? ¿Qué importaba el escote? Ella no era la culpable, culpable fueron y son todos los que no acusan, los que callan y se vuelven cómplices revictimizando.

Los que ponen por delante el ego de un victimario a la vida. Los que juzgan y los que naturalizan la violencia. Esos que colaboran para que El Salvador se encuentre a la cabeza la estadística de feminicidios en Latinoamérica.

De acuerdo con La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) cuatro de las cinco tasas más altas de feminicidio en la región se registra aquí, donde cerca de 6.8 mujeres fueron asesinadas por cada 100 mil, luego está Honduras que posee una tasa de 5.1 y finalmente Guatemala con 2.0 respectivamente.

Sin embargo, para las autoridades salvadoreñas esos datos, que han puesto al país en la posición número uno en Latinoamérica de los que matan a mujeres, indican una disminución en comparación con años anteriores. Y lo anuncian como un logro y dejan en evidencia su incapacidad frente a este tema desde el momento cuando tipifican el delito.

La Policía Nacional Civil (PNC), reportó a inicios del año que los “homicidios” – no “feminicidios” – de mujeres en el año 2018 fueron 383, frente a los 469 reportados en 2017, lo que supone que fueron asesinadas 86 mujeres menos.

Desde el hecho de que no se cataloguen como “feminicidios”, podemos darnos cuenta de la poca capacidad y desconocimiento sobre el tema que tienen los impartidores de justicia y que solo hace que la crisis se agudice porque si ellos no saben de qué están hablando qué podemos esperar del resto de la población.

“Comete feminicidio quien quite la vida a una mujer por razones de género”. El feminicidio es la manifestación más extrema de discriminación y violencia contra una mujer, donde se manifiesta el odio, la discriminación y la violencia hacia ellas.

Después de esta definición también se pone en evidencia la culpa que corresponde a las autoridades, la cual se centra en el desconocimiento. En que asumen que cuando se habla de violencia es un problema de hombres, donde ellos son las víctimas.

Es vital reconocer la violencia contra las mujeres como un elemento esencial de la seguridad ciudadana. La violencia que sufren las mujeres debe estar en los fundamentos de las políticas públicas de seguridad ciudadana que tengan como objetivo erradicarla.

Cada uno debe entender que no es normal que, a las mujeres, niñas o adolescentes las golpeen en su hogar, que la acosen con palabras soeces en los parques, en las escuelas o en las calles. El no entenderlo es un problema de seguridad para las comunidades y las naciones.

De acuerdo con el PNUD “Ninguna nación estará segura a menos que las mujeres puedan vivir de manera segura y desarrollar todo su potencial”, y entender el contexto de la desgracia de víctimas como Karen permitirá erradicar de forma eficiente la violencia contra las mujeres y otros tipos de violencia.