Volvemos a la normalidad ¿Cuál normalidad?

Cada día me doy cuenta de que los salvadoreños no somos conscientes de lo que implica una pandemia y el respeto al prójimo.

Mientras por un lado están aquellos que estaban desesperados por llevar el pan a su mesa, intentan por todos los medios no contagiarse de COVID-19 para seguir en pie y sosteniendo a su familia, por el otro están aquellos inconscientes que en cuanto se habló de reapertura se han dedicado a aplanar las calles y los centros comerciales sin objetivo alguno y que ponen en riesgo a los que quieren trabajar y cuidarse.

El egoísmo y la ignorancia es una formula fatal a la hora de luchar contra un virus como éste, para el cual hasta los mismos letrados en medicina han aceptado desconocer la forma exacta de cómo se propaga.

Me parece risible que se hable de normalidad ¿Cuál normalidad? ¿La de exponer la salud? Es cómico hablar de “normalidad” en un país donde el dengue y la fiebre chikungunya, entre otras linduras, hacen su agosto por la vulnerabilidad de la población. ¿Eso es normal? ¿Es normal también que la gente en El Salvador muera en su casa por contagiarse por un virus que, otros países con mejores sistemas de salud no han podido controlar?

Me entristece la falta de información y que los salvadoreños crean que al salir de la cuarentena se terminó el coronavirus, porque eso no es cierto, la enfermedad no desaparece por solo desearlo.

La apertura es anormal y se realiza para brindar un respiro económico a la población. Esa es la verdad que no debemos olvidar, así como que las medidas preventivas como el distanciamiento social, el uso correcto de la mascarilla y la limpieza de manos es lo único efectivo para tratar de no enfermarse o enfermar a otro.

Saliendo en estampida y abarrotando las plazas, los centros comerciales o cualquier espacio que se nos ocurra, no contribuye en nada a la vuelta a esa “normalidad” que todos queremos.

Es cierto que los casi seis meses en cuarentena han sido agotadores, no ir a la playa o tener sano esparcimiento lo ha sido, pero también es cierto que ha sido peor para los grupos vulnerables, esos para los que su hogar no es una zona segura, para los niños y los enfermos que padecen una enfermedad grave o infecciosa y quiénes se vieron privados de un tratamiento porque el sistema de salud estaba colapsado.

Para ellos sería injusto que, por una tarde de centro comercial o una fiesta con los amigos, realizada por los aburridos que claman porque todo vuelva a ser como antes, se disparen nuevamente los contagios y ellos sean un daño colateral y se les condene nuevamente a volver dentro y sin opción a ayuda.

Sería injusto y reprobable que por creerme invencible y pensar solo en satisfacer mis deseos condene a otro a la muerte. Que alguien no se haya enfermedado aún no quiere decir que no lo hará o que el COVID-19 no exista y para probar que es una realidad hay más de 90 países en cuarentena y cuatro mil millones de personas en sus hogares luchando contra él.