La nueva estatua de Lady Di vuelve a reunir a los príncipes Guillermo y Enrique

El País

Apenas habían pasado unos minutos de la difusión pública de la nueva estatua de Lady Di cuando las redes sociales comenzaron a polemizar sobre ella. Los príncipes Enrique y Guillermo se volvieron a ver las caras para inaugurar el monumento a su madre, que hubiera cumplido 60 años este jueves. Ha sido un acto íntimo y de asistencia muy reducida, en el jardín Sunken del palacio de Kensington. El escultor Ian Rank-Broadley ha logrado mantener en secreto los trabajos durante cuatro años. Este artista es responsable también de la efigie de la reina Isabel II que se puede ver en todas las monedas.

“La estatua quiere reflejar la calidez, elegancia y energía de Diana, princesa de Gales, así como su trabajo y el impacto que provocó en las vidas de muchas personas”, ha explicado en un comunicado oficial el Palacio de Kensington. La princesa, con una simple blusa, una falda tubo y el pelo corto que la caracterizó, aparece rodeada de tres niños de distintas razas, para simbolizar “el impacto generacional y universal de sus tareas”. Algunos usuarios de las redes sociales han criticado la falta de parecido de la figura con el personaje, otros han mostrado su rechazo a esa imagen tan “dejad que los niños se acerquen a mí” que ha buscado el artista. Muy del gusto de las decenas de incondicionales que, desde primera hora, rodeaban el palacio con todo tipo de recuerdos, homenajes y mercadería relacionados con la princesa del pueblo. Una serie de retratos al óleo repartidos por la verja lograban que, en comparación, la obra de Rank-Broadley fuera un ejemplo de hiperrealismo extremo. Las restricciones por la covid-19, el deseo de la familia de que el acto fuera muy íntimo, y la apropiación por parte de los medios de una historia que ya no desata la histeria masiva que pudo verse cuando murió la princesa, y en los días posteriores, han hecho que llamaran más la atención las cámaras de televisión concentradas en torno al palacio que el número de curiosos congregados.

Si el primer foco de la curiosidad era la estatua en sí misma, el segundo —y quizá el más esperado— era el reencuentro de los dos hermanos, Guillermo y Enrique, que no habían vuelto a coincidir desde el funeral de su abuelo, el duque de Edimburgo, el pasado 17 de abril. Cada vez que los hijos de Lady Di se ven las caras se desatan las especulaciones sobre el posible inicio de una reconciliación. Algunos comentaristas quisieron verla en el paseo conjunto que realizaron a la salida de la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. Poco después, el historiador de la familia y autor del libro Battle of Brothers (”Batalla entre hermanos”), Robert Lacey, aseguraba en el Daily Mail, citando testigos del encuentro, que la reunión acabó con una nueva discusión acalorada. “Cada día, querríamos que ella siguiera con nosotros, y nuestra esperanza es que esta estatua sea vista como un símbolo de su vida y su legado”, han dicho Guillermo y Enrique en un comunicado conjunto. “Recordamos su amor, su fuerza y su personalidad, cualidades que hicieron de ella una fuerza para el bien en todo el mundo, mejorando las vidas de innumerables personas”, han añadido.

Ambos han acudido solos. No les acompañaban ni la esposa de Enrique, Meghan Markle, ni la de Guillermo, Kate Middleton. Tampoco han acudido ni la reina ni el padre de ambos, Carlos de Inglaterra. Ha sido prácticamente un acto de la familia Spencer. Estaban los hermanos de Lady Di, Charles Spencer, Sarah McCorquodale y Jane Fellowes; el escultor, Rank-Broadley, y el paisajista responsable del rediseño del jardín favorito de Diana cuando vivía en Kensington, Pip Morrison. 200 rosas de cinco variedades, 100 nomeolvides, 300 tulipanes y 500 plantas de lavanda, entre otras especies, para crear un nuevo espacio que será accesible al público a partir de este viernes.

Como anticipaban los expertos que pueblan los tabloides británicos y las televisiones, Enrique y Guillermo han exhibido durante el acto, que no se ha retransmitido en directo, una “profesionalidad” estudiada para evitar cualquier gesto que pudiera ser malinterpretado. Aunque la cercanía y calor entre ambos, incluso en el momento de retirar la tela verde que cubría la estatua, era inversamente proporcional al afecto con que se aferraban a la Diana de bronce los niños que agarraba con sus brazos. Frente al monumento, grabado en piedra, se podía leer el mismo verso de Albert Schweitzer que se recitó en 2017, durante el 20º aniversario de la muerte de la princesa: “Estas son las unidades de medida del valor de una mujer como mujer, al margen de su origen. No cuál era su posición, sino si tenía corazón. Y cómo interpretó el papel que Dios quiso asignarle”.