La Calabiuza: Tonacatepeque revive sus leyendas

Fotos publicadas por el Distrito de San Salvador Este

Cada 1 de noviembre, cuando la oscuridad cae sobre el distrito de Tonacatepeque, las calles se llenan de antorchas, tambores y personajes míticos. No se trata de Halloween ni de una fiesta importada, sino del Festival de la Calabiuza, una tradición salvadoreña que combina identidad, memoria y folclore para celebrar la vida y la muerte a la manera local.

Desde hace décadas, los habitantes de este municipio al norte de San Salvador celebran la víspera del Día de los Difuntos con una mezcla única de color, leyenda y comunidad. En lugar de disfraces de terror, los protagonistas son las figuras más queridas del imaginario salvadoreño: La Siguanaba, El Cipitío, El Cadejo, El Padre sin Cabeza y El Diablo desfilan entre luces de fuego, música y calabazas iluminadas, conocidas popularmente como “calabiuzas”.

Una tradición con raíces profundas

El origen del Festival de la Calabiuza se remonta a las antiguas celebraciones de cosecha y a las tradiciones católicas del Día de los Santos. Con el paso del tiempo, la comunidad de Tonacatepeque convirtió la fecha en una jornada cultural para reivindicar las tradiciones nacionales frente a la influencia extranjera del Halloween moderno.

Los jóvenes recorren las calles con “carretas chillonas”, estructuras decoradas con calaveras, velas y símbolos de la muerte. Al ritmo de tambores, recorren el pueblo desde el cementerio municipal hasta el parque central, en un desfile que representa el tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Durante la noche, los asistentes entonan el tradicional canto popular: “Ángeles somos, del cielo venimos, pidiendo ayote para todo el camino…”

Mientras tanto, las familias comparten el clásico ayote en miel, un dulce preparado con calabaza, panela y canela que simboliza la abundancia y la memoria ancestral. El festival también incluye actividades culturales, venta de artesanías, gastronomía típica y presentaciones de música y danza folclórica.

Un desfile de mitos y comunidad

La celebración no solo atrae a los habitantes locales. Cada año, cientos de visitantes nacionales y extranjeros acuden a Tonacatepeque para presenciar el desfile nocturno, declarado Patrimonio Cultural Municipal y considerado una de las expresiones más auténticas del folclore salvadoreño.

El festival ha enfrentado desafíos, como reprogramaciones por mal clima —como ocurrió en 2023, tras el paso de la tormenta tropical Pilar—, pero la comunidad ha mantenido viva la tradición con el apoyo de las autoridades municipales y grupos culturales.

Más que una fiesta, un acto de identidad

Para los habitantes de Tonacatepeque, la Calabiuza es una forma de recordar a los difuntos desde la alegría, reafirmando la idea de que la muerte no es un final, sino parte del ciclo natural de la vida.
Además, se ha convertido en un espacio de expresión artística y resistencia cultural frente a la globalización.

“Queremos que los niños sepan quiénes son nuestros personajes y que no se pierda nuestra historia. La Calabiuza es cultura viva”, afirma Carlos Hernández, miembro de la Casa de la Cultura local.

Entre el espanto y la risa

A medianoche, cuando las antorchas se apagan y las calabazas dejan de brillar, Tonacatepeque recupera su calma. Pero queda la sensación de haber revivido, por unas horas, el espíritu de los antepasados y las leyendas que dan forma a la identidad salvadoreña.

Porque cada 1 de noviembre, en Tonacatepeque, la muerte se ríe con el pueblo, y el pueblo, entre risas y sustos, la celebra con respeto, sabor y tradición.