#DiosUniónLibertad

A 194 años de haberse proclamado la independencia de nuestra República, me pregunto si la frase que debería bordarse en nuestra bandera es clave (o no) dentro de la concepción que tenemos de nosotros mismos. Según se establece dentro de nuestros símbolos patrios, nuestra azul y blanco lleva en su franja central la leyenda “Dios Unión Libertad”, y aunque confieso que desde pequeña me he preguntado por qué tres palabras sueltas y no una oración con sentido completo (o una frase, pues, al menos) esa frase también me connota “casa”. Me explicaré de forma sencilla: hasta hoy, las únicas veces que he visto una bandera con esta frase es en El Salvador, nunca fuera de él. ¿Por qué ahora me parece relevante esa tríada? Vamos a ver si logramos explicarlo así de claro.

“Todas las personas son iguales ante la ley. Para el goce de los derechos civiles no podrán establecerse restricciones que se basen en diferencias de nacionalidad, raza, sexo o religión”, reza el artículo 3 de nuestra Constitución (sí, “rezar” es un verbo que en nuestro idioma también significa “decir”… tenemos un idioma normado desde una academia católica, no lo podemos negar). Sin embargo, la sabiduría popular también reza que “del dicho al hecho hay mucho trecho”, y me pregunto si de pequeños se nos enseña sobre esta igualdad que existe al menos ante la ley. Busco en mis recuerdos más remotos y no hay algo específico que me hable sobre la tolerancia, el respeto y el amor hacia lo diferente. El uniforme que debíamos vestir en aquellos años, en una institución de educación solo para niñas, no permitía esa diversidad. En mis recuerdos ya menos remotos está la historia de alguien que, en ese entonces, llevaba ya varios años viviendo en El Salvador, se había casado con una salvadoreña y tenía hijos salvadoreños, pero su color de piel delataba que era extranjero, y la gente lo notaba y le deba la bienvenida aún… muchos años después de que él hubiera entrado al país.

Si nos preguntamos si los salvadoreños somos racistas, ¿qué opinaría usted? A mí me parece que sí. No todos, ni todo el tiempo, ni para todo. No hay que generalizar. Pero no siempre estamos acostumbrados a lo diferente. Si somos católicos, solemos ver de menos otras religiones; si somos de pelo oscuro, murmuraremos sobre las otras tonalidades; si somos de izquierda, haremos lo mismo con los de las demás ideologías, y así podríamos seguir. A ratos me pregunto si es parte de nuestro ser como humanos, pero de pronto también escucho otras historias y me lo replanteo. Llevo un mes en México, y la persona que me ha abierto las puertas de su casa y de su familia, incluso en momentos extremadamente delicados para ellos, venía llegando de la India, y me cuenta cómo observaba clases de yoga para niños de entre ocho y diez años que hacían sus ejercicios pidiendo paz para los niños de todo el mundo. O de cuando sus maestros les explicaban que todos somos portadores de Dios en nuestro cuerpo, y por tanto siempre se recibe a quien llega con lo mejor que se tiene, para honrar a ese Dios que lo habita, y cómo la persona que les cocinaba saludaba con un “Buenos días, ¿cómo está el Dios que hay dentro de usted?”. Para ellos, sin importar en qué dios se cree según la tradición de la familia en que uno ha crecido, La Divinidad habita en cada persona que está en la Tierra.

Del otro lado de la balanza coloco las noticias que llegan a cualquier parte de este globo terráqueo sobre la cantidad de salvadoreños que murieron en nuestro país solo en el mes de agosto, y creo que el sentimiento generalizado es que cómo podríamos celebrar el 194.º aniversario de nuestra independencia si aún dependemos de algo más, si aún no estamos libres para vivir. No entraré en detalles sobre la idea de libertad, pero me quedo con algo igualmente abstracto, que es lo que dejé de un lado de la balanza: “Aquello que nos une es más fuerte que lo que nos separa”, dice San Agustín. Y lo que nos une no es ni la nacionalidad, ni la raza, ni el sexo, ni la religión, es que somos seres humanos. Es ser capaces de ver ese Dios en el otro, es ver a esa Divinidad hecha Humanidad. Incluso si no creo en ninguna divinidad, ni con mayúsculas ni sin ellas.

Ojalá que seamos capaces de ver eso cada día, no solo un 15 de septiembre. Ojalá que si creemos que Dios nos une, y por tanto nos libera, no nos limitemos al dios en que creemos, sino aquel que nos creó como razas con pieles de colores diferentes y lenguas con palabras que suenan extraño pero en armonía. “Dios Unión Libertad.” Ese es El Salvador que me gustaría ver en pocos años. Encontrarme en una fila de un banco una chera con su pelo como arcoiris sin detenerme a pensar qué estudia o en qué trabaja para que pueda llevar cinco colores en su cabellera larga. Encontrarme en una para de bus a un chero cuya piel es más oscura que el chocolate más oscuro que he visto y no pensar que es extranjero. Encontrarme un salón lleno de niños que hacen una oración ecuménica y piden (o rezan, en el amplio sentido) por los niños de todo el mundo.

Así que, si #LasPalabrasSonSemillas, eso es lo que veo a través del lema que ondea en la franja central de mi bandera. ¿Cuál es el país que ve usted a través del #DiosUniónLibertad?