¿Oh y ahora quién podrá defenderme?

Crecí escuchando, y algunas veces repitiendo, esta  célebre frase inmortalizada en el programa del Chapulín Colorado. Lo que nunca pensé es que décadas más tarde el ¿Oh y ahora quién podrá defenderme? cobrara vigencia y se pluralizara en El Salvador.

¿Quién podrá defendernos?, se ha convertido en una interrogante seria y de escasa respuesta para los salvadoreños que vemos directa o indirectamente como el país se desangra y tiñe de rojo las    calles de las ciudades y la campiña cuscatleca.

Si observamos la situación con la inocencia de un niño no dudaríamos en pensar que en un abrir y cerrar de ojos aparecerá el Chapulín Colorado con su Chipotle chillón para defendernos, pero la cruda realidad nos indica que ni la policía ni el ejército tiene la capacidad para ofrecernos tranquilidad. Ni siquiera ellos tienen garantizada su seguridad.

Un par de meses atrás yo veía con escepticismo y un poco de recelo la elevada cifra de fallecidos que publicaban los medios de comunicación y confiaba en que, el temor de la gente, se tratase de una sicosis generalizada, pero ahora, ante tanto acontecimientos, confieso que soy parte de esa población alcanzada por la sicosis.

Todavía viajo en colectivo, y recorro el centro capitalino cuando la necesidad me lo exige, pero –salvo que me acompañe mi esposa- me veo obligado a salir solo, porque mi hijo creció. Y en nuestro país se ha vuelto pecado ser joven.

Aún tengo fresco el  viaje más reciente que hicimos juntos al hospital. Viajábamos en un microbús cuando un muchacho con mala pinta se subió en el centro capitalino, para supervisar quienes nos conducíamos en la unidad. No pidió DUI, pero no dejó de inquietarme, y sobre todo por mi muchacho que es un jovencito de 14 años.

Es que ser joven es este país como decía, se ha convertido en pecado capital, y  muchas veces también en delito. Por un lado la policía los para, los pone manos arriba y en ocasiones se los llevan en redadas,  pero lo más grave es que han perdido la libertad de movimiento.

Moverse de una colonia a otra, aun y estas sean vecinas, debe hacerse con tacto. Recientemente, mi hermano, un hábil albañil, tuvo que renunciar a un trabajo, porque los muchachos que dominan en esa zona le prohibieron el ingreso, debido a su lugar de residencia.

Los políticos  distan al llamar  esta situación con el término de “guerra”, pero el hecho de que la gente tenga que moverse con sigilo o en pinganilla por algunas zonas del país, solo me traslada al tiempo de la guerra, cuando teníamos que esperar la noche para evitar que  la Guardia Nacional nos interceptara en el cruce de la carretera que dividía a Tenango al cerro de Guazapa.

Los enfrentamientos entre bandos también se han acrecentados y como en toda “guerra”, hay víctimas de ambos lados, pero tampoco se salvan los civiles. No se sí 52, 54 o 100 será el record de muertos diarios los que alcance el país, pero de lo que sí estoy convencido es que sin la mano de Dios, no habrá nadie más que nos defienda