«…Nos vemos más tarde Primero Dios»

A José M. lo mataron de 5 tiros en un pasaje de la colonia Santa Isabel de Soyapango. José no era de la zona, él había ido a un funeral a la casa comunal más cercana y ahí lo llegaron a traer unos muchachos (como dicen los testigos) de ahí lo único que se volvió a saber de él fue lo que he relatado en la primera línea y lo que la policía dijo del caso.

José, podría ser solo un nombre más que pasa a engrosar las estadísticas  de personas desaparecidos o muertos que la Policía Nacional Civil (PNC) reporta diariamente a manos de pandilleros de la zona.

En los casos como los de este joven siempre persiste la misma declaración por parte de la policía y es que posiblemente la razón de la muerte es  que eran pandilleros, que pertenecían a una mara contraria y  por rencillas entre bandos contrarios los mataron,  y esa afirmación es la que todos los demás queremos creer para no vivir con el temor que nuestra sociedad es tan insegura que en cualquier momento podremos ser daños colaterales de la violencia que se vive en El Salvador.

La diferencia en este caso, es que yo conocía a José (fue mi alumno hace algún tiempo)  y por justicia a su familia quiero contar lo que sé de él en esta columna y se la dedico a tantos otros José,  a quienes ese monstruo sediento de sangre y poder, llamado pandillas  les arrebataron la vida por el único pecado de cruzar una línea imaginaria que se supone marca su territorio.

También es un reclamo a toda la sociedad y un llamado a la acción, porque la epidemia de asesinatos que vivimos no se terminará si seguimos viendo hacia otro lado y creyendo solo lo que nos conviene o posteando mensajitos de apoyo en una red social. Eso no cambiará el panorama de entre  8 y 9 vidas perdidas por día por cortesía de las maras.

Este número que es tan satisfactorio para el gobierno, porque según él es una reducción de homicidios lograda debido a medidas extraordinarias de seguridad implementadas este año (ya que el año pasado diariamente asesinaban más de 20 salvadoreños por día); sin embargo esas estadísticas que ellos tildan de bajas y repiten sin cesar con orgullo que son un logro, dejaron una herida en el corazón de los padres de José y un grito de inconformidad y rabia en mi boca, porque cuando las autoridades de un estado realmente hacen su trabajo no hay muertes injustas. Su trabajo aún es insuficiente.

El José de mi columna estudiaba en una universidad de la zona  comunicaciones y si,  no vivía en la Santa Isabel, él vivía en Ciudad Delgado; pero no, no era pandillero como dijo la PNC; era un soñador, quería trabajar en publicidad y aparte de sus clases obligatorias por el centro de estudios estaba tomando un curso de diseño gráfico, hablaba además dos idiomas inglés y francés. Le gustaba el anime y cada vez que me veía me pedía que lo ayudara a hacer prácticas profesionales en una agencia publicitaria.

Hay muchas cosas más de él que me gustaría contar pero basta con decir que su homicidio privó al país de un futuro profesional (el cual no dudo hubiera podido llegar a brillar con luz propia) y por cada profesional que desaparece porque muere a manos de criminales, porque huye de su país por amenazas, por pobreza o por la corrupción que impera en El Salvador; el futuro de este país también muere un poco cada día y lo suma en caos, más pobreza y anarquía.

La familia de José con grandes sacrificios apoyaba su sueño de convertirse en profesional y su madre me contó que el día que lo mataron asistió al funeral de un pariente de un compañero. Sus últimas palabras antes de salir fueron «mami, nos vemos más tarde Primero Dios».

Sin embargo no fue su Dios el que no quiso que volviera si no otros que  juegan a ser Dios con la vida de los salvadoreños. Su madre cree que su sentencia de muerte fue dictada debido a que se negó a bajar los vidrios de su carro para entrar a colonia donde lo encontraron muerto, porque su cerebro cansado de preguntar por qué no encuentra otra razón, este detalle lo relató un amigo que lo acompañaba. De ahí no recuerda nada fuera de lo normal, únicamente que a los 30 minutos después de llegar al velorio fueron por él.

El asesinato de José es un claro reflejo de la decadencia de la sociedad salvadoreña y las últimas palabras que él le dijo a sus padres un claro reflejo del conformismo y resignación que sentimos, el cual se ha vuelto tan normal en nuestro diario vivir. Frases como «Solo Dios sabe si nos volvemos a ver» «Si Dios quiere…» y otras que reflejan este punto.

Pero no hay nada normal en vivir con miedo a no volver a casa con mis seres queridos para la hora de la cena ¿Por qué en nombre de ese Dios al que le rezamos cada noche creemos que basta con persignarnos o hacer una oración para protegernos? ¿Cuándo dejamos de luchar y nos conformamos? Si hasta el mismo Jesús fue un Dios vivo y de acción que revolucionó a la religión sin temor a sufrir.

Como dice una famosa canción popular «…no basta rezar» porque hasta el asesino reza antes de arrebatarle la luz de los ojos a su víctima o de despojarla de todo lo que tiene. Los malos gobernadores van a la iglesia a rezar el día de las elecciones y después le roban todo su dinero a El Salvador. Los policías corruptos se encomiendan a San Miguel Arcángel el día que juran proteger a su patria y aun así la sangran después.

Basta de quejarnos y escondernos en una oración y tomemos al toro por los cuernos, los abuelos siempre decían aquel dicho popular «a Dios rogando y con el mazo dando».

Hagamos sentir a quienes nos tienen que proteger que estamos hartos, ejerzamos también nuestro papel como ciudadanos. Yo denuncio con las armas que me dio mi profesión desde donde esté ¿Y usted qué hace con las suyas? No hace falta alzar una pistola para protegernos y no podemos conformarnos con una oración, la justicia  se hace con acción y alzando la voz, no siendo cómplice del Estado y las pandillas callando.

Si son padres, eduquen a sus hijos inculcándoles valores y si cometen un error lo corrigen, si es político haga el trabajo para el que fue elegido por el pueblo y dejé de negociar a costa de nosotros con los pandilleros para obtener poder y después mientan diciendo que es por nuestro bien. Todos podemos hacer algo desde nuestra trinchera.

Reclamemos a este gobierno y a los que vengan el hecho de estarse equivocando, al proteger al criminal y dejarnos solos. No olvidemos que con su silencio y su falta de acción es tan culpable como el asesino que empuña el arma. Es culpable de permitir que la mano de obra calificada desaparezca a manos de esos terroristas de las pandillas.

No permitamos que hayan más víctimas como José.