Los hacelotodo, los vendelotodo…LOS PAGALOTODO

El contraste de dos imágenes me marcó la semana pasada. Las dos definen fielmente el ser salvadoreño. Primero observe con incertidumbre y frustración las caras compungidas y llenas de preocupación en cientos de personas por llegar al trabajo o volver a su casa entre lunes y martes por el sabotaje al transporte; y el sábado vi brillar el sol y dibujar sonrisas durante el desfile de correos en las fiestas capitalinas en honor al Divino Salvador del Mundo.
Así es el salvadoreño, tan capaz de batirse en duelo por el asiento de un bus, por un parqueo en el centro comercial, por su turno al momento de comprar las tortillas; y tan humilde y sencillo como para festejar por un dulce de piñata o de los que caen de las carrosas.
Roque Dalton, en una parte de su célebre “Poema de Amor” los define perfectamente como los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo; y con su permiso yo le añadiría LOS PAGALOTODO.
Mi definición es exclusivamente para el salvadoreño común: para el que viaja en bus, para el que labra la tierra y siembra el maíz, para el que visita la tienda de la esquina, para el que vive a la ribera del río Lempa o el Acelhuate.
No se necesita ciencia ni ser analista con toga para aterrizar en esa conclusión. Demasiados argumentos me dejó el sabotaje al transporte público para concluir en que, como siempre, venga de donde venga el disparo acabará  “jodiendo” al salvadoreño común.
¿Afectó el paro a los funcionarios del gobierno. A los diputados de la Asamblea Legislativa, a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia? No. ¿Afectó a los habitantes de la colonia Escalón, San Benito, Santa Elena? No. ¿Afectó a los empresarios de buses? Probablemente no.
El “paro” afectó al pueblo trabajador, al estudiante, al que viaja diariamente en bus para Usulután, para Soyapango, para Apopa, para Santa Tecla, que tuvo que viajar apiñado en pick-up. Afectó al motorista del transporte colectivo,  al soldado y al policía que debió acumular cansancio y muchas horas extras de trabajo y que seguramente no serán remuneradas.
La renta  que se paga en las colonias populosas por el ingreso de camiones repartidores de agua, refrescos, cigarros, boquitas, café y otros artículos tampoco la pagan los dueños de las empresas.  También la terminamos pagamos nosotros. Los empresarios sencillamente esquivan el golpe subiéndole al producto y endosándolo al consumidor final.
Nadie pregunta o protesta por qué una libra de leche Nido en bolsa que ayer valía $3.60 en la noche del día siguiente ha sufrido un incremento de $0.20 centavos. Tampoco nos preguntamos por qué hace unos años se compraban 15 huevos por un dólar y ahora solo siete.
Hasta la naturaleza misma, con sus fenómenos del “Niño” y la “Niña”, confabula contra los pobres y humildes. Este año por ejemplo la falta de lluvia ha generado grandes pérdidas en la producción del grano básico nacional y la factura la pagaran los campesinos, y desde ya quienes consumimos frijoles. La libra ya alcanza el 1.25 de dólar y no sería raro que si escasea el maíz la tortilla baje de cinco por la cora a tres.
Y si llueve mucho las consecuencias son las mismas, se ahogan los cultivos en las inundaciones y se pierde el producto. Para colmo las fuertes crecientes arrasan con las humildes viviendas sentadas a la orilla del río Lempa, el Paz y hasta el mismo Acelhuate. Hasta  el zancudo transmisor de la Chikungunya nos coge de base. El año pasado causó estragos. No hay duda somos los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, pero sobre todo LOS PAGALOTODO